lunes, 27 de junio de 2016

Historias del verano

El alcalde “libertario”

  Aquel día, tras cerrar el consultorio del pueblo,  el médico miró el reloj y comprobó con satisfacción que  la consulta había acabado a una  hora razonable. Estaba contento ya que,  tras el intenso trabajo que había tenido a lo largo de la semana anterior,  la situación parecía haberse normalizado  y el estado de salud de los pacientes había vuelto a su nivel habitual. Era mediodía y como buen español que era, antes de regresar a su casa, decidió tomar algo en el bar así que dirigió sus pasos hacia el mismo y en el camino fue recordando lo sucedido.

   Era la primera semana de julio, el verano estaba en sus inicios, y en el pueblo, como era habitual  por estas fechas,  la población se  había incrementado notablemente; pero el motivo que tanto había intensificado  su trabajo, durante los días previos, no había sido originado por este crecimiento poblacional, sino por otro muy distinto
  
   El agua es un elemento imprescindible para nuestra existencia que siempre ha condicionado, enormemente, la vida del hombre ya que, desde el principio de los tiempos, se ha visto obligado a asentarse en lugares donde fuera fácil  el acceso a este preciado elemento. Algo tan sencillo como abrir un grifo en casa y que por él salga agua apta para el consumo, para nosotros es algo rutinario y parece  muy simple;  pero,  hasta que esto ha podido ser una realidad, tanto los habitantes de los pueblos como los de las ciudades han  tenido que sufrir, previamente, un montón de vicisitudes.
  Esta dependencia del agua, entre otras cosas,  ha sido el motivo de que la mayoría de las ciudades estén ubicadas al lado de algún río, y de que los pueblos, cuando  no tienen algún curso de agua cercano, se encuentren situados en lugares donde el agua subterránea, a través de fuentes, pozos y pilares pueda ser accesible  a sus habitantes.
  Durante siglos, para el  consumo habitual,  la gente recogía el agua directamente de  ríos, arroyos, lagos,  fuentes…, ésta, en ocasiones se contaminaba y quienes la bebían contraían  infecciones gastrointestinales, un hecho que era bastante común. Por lo tanto, el  problema que nuestros antepasados tenían, no se limitaba únicamente a poder disponer de agua en cantidad suficiente, a veces ocurría que ésta no siempre  era  potable.    
A lo largo del tiempo, los países desarrollados han conseguido solucionar el problema de abastecimiento de agua mediante una serie de infraestructuras que, básicamente, han consistido en obras de captación y almacenamiento; en una adecuada potabilización  para que esté  limpia y libre de gérmenes; y en trabajos de canalización que permiten  llevarla a las casas donde, una vez usada, es eliminada en forma de aguas residuales a través del alcantarillado.
Las obras que han permitido llegar a la situación actual fueron ejecutándose,  progresivamente,  a lo largo de los  años: primero  en las ciudades, después en los pueblos más grandes y cercanos a éstas, y, finalmente, como siempre ocurre con todo lo que suponga  desarrollo, fueron los lugares pequeños y alejados los últimos que pudieron beneficiarse de este servicio. Los  pueblos de nuestra comarca, como pertenecen a ese último grupo,   tuvieron que esperar hasta finales de la década de 1960 y comienzos de los 1970, para que se realizaran las trabajos que permitieron llevar agua corriente a las casas; un hecho que mejoró, de forma notoria, la calidad de vida de nuestros paisanos ya que,  hasta entonces, siempre habían tenido que ir a cogerla  a la fuente.   
  
   Beber agua que procede directamente del manantial, ya sea en pozos, pilares o fuentes,  es un lujo que aún nos podemos permitir en nuestros pueblos; es un agua natural, sin cloro ni sustancias añadidas que interfieran con sus características organolépticas pero, aunque es un agua estupenda, a veces puede llegar a contaminarse por gérmenes, un hecho que es más común  en verano cuando disminuye el caudal de los ríos y las fuentes y con ello las posibilidades de depuración natural.  El refranero popular dice al respecto que “agua corriente no mata a la gente”; también podríamos decir que  “cuando el caudal flojea, llega la diarrea” (esto último no sé si lo dice también el refranero, o quizá fuera  Platón…Y si no fue alguno de ellos, pues lo añado yo).

    Bueno, pues el problema de salud que había ocurrido en el pueblo, durante los días anteriores,   estaba relacionado con el agua;  concretamente, con una fuente pública. Ésta, proporcionaba un agua abundante, de gran calidad que, desde tiempo inmemorial, había saciado la sed de los lugareños; por ello, cuando en el pueblo se hicieron las obras de abastecimiento para  llevar el agua a los domicilios,  habían decidido mantenerla, tal como estaba, para que quien lo deseara pudiera seguir utilizándola.  
  Desde el otoño, cuando comenzaban las lluvias, hasta los inicios del  verano, la fuente conservaba un abundante caudal;  pero  con el estío,  a medida que pasaban las semanas, el chorro del  caño iba decreciendo progresivamente de modo que, aunque el manantial casi nunca llegaba a secarse,
Fuente de Vilvestre
cuando llegaba septiembre  por el caño solamente corría un pequeño hilillo de agua dando la sensación de que iba a agotarse en cualquier momento.
   En el pueblo, a pesar de que  en todas las casas ya  había agua corriente, la gente seguía  utilizando para beber  el agua de la fuente, pues la calidad de ésta era muy  superior a la del abastecimiento general; reservando, ésta última, para el  aseo, la limpieza de la casa y demás menesteres.
  
   El tema del agua funcionaba de ese modo: casi todo el mundo la bebía de la fuente durante otoño, invierno y primavera con total confianza, pues el caño mantenía un copioso  caudal. En cambio, al llegar el verano, cuando el chorro de la fuente empezaba a menguar, los habitantes del lugar, conscientes de que, a medida que el caudal del mismo disminuía, aumentaban las posibilidades de que el agua se contaminara;  por prudencia, casi todos ellos dejaban de beberla de allí.  
   La fecha en la que la gente cambiaba sus hábitos respecto al agua no era fija, oscilaba todos los años dependiendo de lo abundante que hubiera sido la temporada de lluvias; por esta circunstancia,  todos los veranos el asunto de calcular cuándo dejar de beber agua de la fuente levantaba mucha expectación.

   El boticario  había recomendado, repetidamente, al alcalde, que prohibiese a los paisanos  beber agua de la fuente durante el verano ya que, al no estar potabilizada  como la del suministro general, raro era el año en el que no había  algún caso de gastroenteritis, mas  éste nunca le había hecho caso. Aunque eran los últimos tiempos del franquismo y España seguía siendo un estado totalitario, donde el sentido de la autoridad se mantenía muy arraigado,  el regidor del pueblo debía ser  algo  libertario, una cosa extremadamente rara para esa época (quizá es que no tenía los suficientes redaños para enfrentarse a los vecinos, algo que no podemos descartar ) y siempre le  respondía que el agua de la fuente era estupenda, así que tenían que ser los vecinos del pueblo, y no el alcalde ni el boticario, quienes debían decidir, libremente, cuándo dejar de utilizar el agua de la fuente, cada verano.
   En realidad, casi nunca pasaba nada importante pues todos los años, cuando alguien pillaba  una diarrea, lo comunicaba a los vecinos y  familiares, el “boca a boca” funcionaba muy bien, y, en cuestión de horas, todos los habitantes del lugar sabían que el agua de la fuente ya no era potable  y dejaban de consumirla hasta el otoño, cuando el caño volvía a recuperar un  buen caudal.    
  
   Este asunto se había convertido en una tradición más del pueblo y sus habitantes, conscientes de que  a medida que avanzaba el verano  aumentaban las probabilidades de que se contaminara el agua de la fuente, habían establecido la costumbre de  considerar al día de  la Virgen del Carmen (16 de julio)  como la fecha límite  para dejar de beberla; así que, “por si acaso”, a partir de ese día, casi todo el mundo empezaba a beber el agua que llegaba del suministro general a los domicilios.
   Evidentemente, esto no era nada científico y, como la fecha era meramente orientativa, siempre había “valientes” que apuraban mucho los días y  continuaban  bebiendo agua de la fuente durante más  tiempo. Curiosamente, los más imprudentes eran los  más viejos, que seguían consumiéndola durante varias semanas más y casi nunca les pasaba nada (o si les pasaba, no lo decían).

  Del mismo modo que en Asturias hay un día al año en el que celebran la pesca en los ríos del primer salmón de la temporada,  al que llaman “El Campano”,  y es una jornada muy señalada; en el pueblo  -salvando las distancias-  también era un día muy señalado aquel en el que  aparecía la primera persona de la temporada con diarrea pues ese era el indicador de que la gente debía dejar de beber definitivamente el agua de la fuente hasta el otoño.
   
   Ese año, el otoño y el  invierno anteriores habían sido especialmente secos y la   primavera  también fue muy pobre en lluvias;  por ello,  como los  manantiales se habían cebado poco,  el caudal de la fuente comenzó a mermar muy pronto. Debido a esta circunstancia, o  bien  a alguna otra causa que nunca llegó a saberse,  resulta  que, en la última semana de junio, el agua de la fuente perdió su salubridad.
   El primer aviso, de que el agua del caño había dejado de ser potable, no sobrevino del mismo modo a lo que venía siendo habitual durante  los años anteriores; hasta entonces, cuando alguno de “los valientes” que seguían bebiendo agua de la fuente, más allá del día de la Virgen del Carmen,  resultaba  afectado,  lo que siempre había acontecido,  cuando aparecía la primera persona afectada por gastroenteritis -que venía a ser como “El Campano” del pueblo-, ésta avisaba a los demás y, en cuestión de horas, o a lo sumo un día,  desaparecían “todos los valientes” y ya nadie bebía agua de la fuente.
   En esta ocasión, lo ocurrido fue que, como aún faltaban tres semanas para el día de la Virgen del Carmen,  todo el mundo seguía bebiendo agua de la fuente ya que aún eran “fechas seguras”, y sobrevino un verdadero boom…una auténtica explosión gastroenterítica  (vamos, una cagalera generalizada), resultando afectados, los  habitantes del pueblo, por docenas.

   Durante el tiempo que duró la epidemia, los medicamentos para tratar vómitos, diarreas, dolores de barriga…  corrieron a raudales, ya que rara era la familia donde uno o varios de sus integrantes no hubieran enfermado por el agua contaminada. Mientras tanto, la conciencia del farmacéutico estaba en un estado de disociación múltiple: Pensamiento positivo: estaba contento porque, al  aumentar la venta de  medicamentos y agua mineral (entonces, el agua mineral en los pueblos apenas se usaba y sólo se vendía en farmacias), el negoció  mejoró ostensiblemente esos días.  Él, no es que se alegrara porque los vecinos se “fueran de vareta”, pero consideraba que, si estaban así y necesitaban  medicamentos, alguien tenía que vendérselos. Pensamiento negativo: en su fuero interno estaba muy cabreado con el “alcalde libertario”, esa “rara avis franquista” que, haciendo caso omiso a su recomendación, nunca  había querido  poner un letrero en la fuente avisando de que el agua no estaba potabilizada.

   En la intrahistoria de los pueblos siempre acontecen hechos significativos, hitos importantes que marcan un antes y un después, tal como ocurrió con la epidemia de gastroenteritis de aquel año, pues, al ser ésta tan brutal y afectar a tantos paisanos, motivó que el alcalde perdiera súbitamente su “sensibilidad libertaria”  olvidándose del derecho de los vecinos a elegir libremente el sitio donde coger el agua para beber, que tantas veces había defendido,  decidiendo ejercer de alcalde con “mando en plaza” (en este caso, quizá habría que decir con “mando en fuente”), así que  ordenó al alguacil  poner un letrero en la fuente, para avisar del problema del agua

  Letrero sugerido por el boticario: “Agua no potabilizada”
  Letrero que finalmente se puso: “Prohibido beber agua de la fuente hasta nueva orden”

  Cuentan las crónicas que el motivo que llevó  al alcalde,  mandar colocar el letrero, no obedeció  a la sugerencia del  farmacéutico -éste llevaba años intentando convencerle de ello, sin éxito- , sino a que él resultó ser uno de los afectados (como podemos ver, las bacterias, al contrario que las personas, son justas e imparciales  y les importan “un comino” las jerarquías y la autoridad).
   Lo cierto es que el aviso del letrero no tuvo utilidad alguna  ya que, cuando lo colocó el alguacil  en la fuente, los vecinos llevaban ya varios días sin beber agua de la misma.


(Nota aclaratoria: Aunque la foto que acompaña al texto corresponde a la fuente de Vilvestre,  y en ella hay un letrero donde pone “Agua no potable” quiero aclarar que esto no ocurrió en ese pueblo). 

3 comentarios:

  1. Qué historias más majas, didácticas y divertidas que nos cuentas o te contaron, que para el caso da igual.
    Genial cómo relatas, detallas y nos transportas a nuestros pueblos y su ambiente, aquel que los más mayores recordamos por haberlo vivido.
    Me gustan los refranes; pero este es mu güeno, que no lo había oído:
    “Cuando el caudal flojea, llega la diarrea”. Me lo apunto. Este otro oíamos y repetíamos de pequeños: “Agua corriente no mata a la gente, agua parada sí la matara, por aquí paso la Virgen, por aquí volvió a pasar …” y ahora mismo no recuerdo cómo seguía más.
    En esta primavera, abundante en lluvias, he tenido la ocasión de bajar al pueblo en varias ocasiones y he contemplado los chorros de nuestra fuente (El Pilar) como no los recordaba desde hace años. En casi todos los videos publicados, pongo alguna imagen de los chorros, abundantes, del Pilar, que parece que te llama: “Ven, sácame para que vean cómo chorrean mis caños” Y allá que voy.
    Cuando niños, cuánta sed mitigamos en esos chorros y qué rica nos sabía y siempre a la temperatura ideal.

    -Manolo-

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    1. Agua corriente / no mata a la gente / agua parada / si la matara. / Por aquí pasó la Virgen / por aquí volvió a pasar / si este agua no está buena / que me la haga vomitar.
      Es un auténtico conjuro, que empleaban nuestros antepasados cuando bebían agua que no les parecía demasiado fiable, en el que le pedían a la Virgen que les ayudara a echar todo lo malo. La verdad es que iban muy bien orientados pues los síntomas de una gastroenteritis son ocasionados porque hemos ingerido algo en malas condiciones y el cuerpo , con o sin ayuda de la Virgen, se defiende de ello echándolo "por arriba y por abajo"

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  2. Ese,ese era el conjuro que yo no recordaba cómo seguía. Y quiero recordar que alguien cuando lo recitaba, hacía cruces sobre el agua del arroyo o fuente de la que se disponía a beber.
    Por algo te contaron a ti, José, cosas, historias y cuentos porque sabían que tú eras la persona idónea, no las olvidarías, las guardarías y las traspasarías a los demás para que no se queden en el olvido. Y también, seguramente, porque quien te las contó, lo hizo muy bien.
    -Manolo-

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