domingo, 7 de agosto de 2016

Historias del verano IV. El rayo de la discordia

                                


                                 

   La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue un conflicto en el que se vieron implicadas casi todas las naciones europeas, siendo España uno de los pocos países que no intervino en la contienda.     Durante dicha guerra, aunque aquí nos encontrábamos en “período de paz”, tampoco es que esto fuera, precisamente, una arcadia feliz; tras nuestra reciente Guerra Civil, estábamos en plena postguerra y si algo abundaba en esta época, en nuestro país, eran el hambre y la miseria. 
   El wolframio, durante las contiendas bélicas, al ser una de las materias primas empleadas en la fabricación de armas, adquiere un gran valor estratégico; ese fue el motivo de que, durante la Segunda Guerra Mundial, al fabricarse una ingente cantidad de armamento, aumentase espectacularmente la cotización de este metal, un hecho que tuvo gran repercusión en Barruecopardo pues fue el detonante para que se pusieran en explotación todas las minas, de ese metal, que se encuentran dispersas por el término. 
   El alto precio que alcanzó el wolframio, durante la década de 1940, motivó que, en contraposición a la pobreza que imperaba en el resto del país, nuestro pueblo alcanzase, en esa época, un gran nivel de riqueza. 
   Este período de bonanza económica, en Barrueco, fue bien aprovechado por algunas personas que, gracias a la actividad minera, ganaron grandes fortunas. Una de ellas fue Higinio Severino, dueño de la mina que existió en el paraje conocido como Val de Barbao. Natural de Pereña, este hombre fue uno de los personajes más peculiares y conocidos en nuestra comarca, durante la primera mitad del siglo pasado. Con gran capacidad para los negocios, además de la mina de wolframio, tenía muchas propiedades, tanto en la comarca, como fuera de ella; siendo, también, titular de una ganadería brava que pastaba en Fuenlabrada (Olmedo de Camaces), una de sus fincas. 
   Un hombre (o mujer) no gana una fortuna trabajando ocho horas diarias…ni tampoco rezando; para hacerse millonario hay que seguir otros caminos. Higinio los siguió, tuvo mucho éxito, y logró hacerse un potentado. 
   Los ricos piensan que el dinero lo puede todo y del mismo modo que los nobles y reyes, en la Edad Media, hacían donaciones a iglesias y catedrales para hacerse enterrar en ellas, pensando que así se aseguraban un lugar en el cielo; Higinio Severino, un día, no sabemos si con el mismo fin, decidió donar a la iglesia de Barruecopardo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús (la que está en lo alto de la torre del campanario). 
   Esta dádiva fue motivo de controversia en el pueblo. Por un lado estaban los críticos, a quienes no agradaba el regalo. Hay que tener en cuenta que el personaje, Higinio, no despertaba demasiadas simpatías entre mucha gente (los ricos, desde el comienzo de los tiempos, si algún sentimiento despiertan en los demás no es precisamente simpatía. Es envidia). Éstos decían que lo hacía, únicamente, para compensar algún negocio poco honesto que hubiera realizado, y que no se trataba de un acto de generosidad, que había donado la imagen para purgar todos sus pecados -lo que se reiría este señor cuando escuchara alguno de estos comentarios-. 
    En el lado opuesto estaban los defensores, quienes alababan la generosidad del donante. Hay que tener en cuenta que era un empresario que daba trabajo a mucha gente y ésta le estaba agradecida (En aquella época, además de la mina de Val de Barbao, era dueño de La Zaceda, una finca, en Barrueco, donde tenía una explotación ganadera, y una extensa viña -esta última fue arrancada en fechas posteriores-, y contrataba bastantes trabajadores, tanto para la mina, como para trabajar en la finca).      Lo cierto es que Higinio donó la imagen del Sagrado Corazón, ésta fue ubicada en el campanario, tal como la podemos ver en la actualidad, y allí quedó aguantando calores y fríos, soles y lunas, lluvias y nieves… 
   Un caluroso día de verano, de esos en los que buscamos la sombra ya desde la mañana porque los rayos solares llegan con tal intensidad a la Tierra que, en el decir de nuestros paisanos, “pica el sol sobre la piel”; bueno, pues un día de estos, por la tarde, se originó una fuerte tormenta, “de esas que vienen de Portugal”. 
   Al principio, se veían a lo lejos los relámpagos escuchándose unos segundos más tarde los truenos, hecho indicativo de que la tormenta aún estaba lejos. Después, se fue acercando y acabó situándose sobre el mismo pueblo, obligando a nuestros paisanos a refugiarse en sus casas. 
   La tormenta que cayó aquel día en Barruecopardo fue de primera categoría. Hay ocasiones en que la Naturaleza hace demostraciones de la fuerza que puede tener y esa tormenta fue un claro ejemplo de ello. 
   Los truenos eran tan potentes que, cada vez que sonaba uno, vibraban los cristales de las casas; a la par que los relámpagos, iluminaban constantemente las calles del pueblo. 
   El remedio para las tormentas siempre es el mismo: rezar a Santa Bárbara para pedirle que las aleje de cada lugar y que no les pase nada a las personas y a los animales; pero Santa Bárbara sólo hay una, tormentas en el mundo hay muchas, y la santa no puede estar a todas. El caso es que ese día debió olvidarse de los de Barrueco pues la tormenta tardó en irse y, durante dos largas horas, cayeron sobre el pueblo multitud de truenos, relámpagos y rayos acompañados de un buen charpazo. 
   Como tras la tempestad siempre llega la calma; cuando la tormenta se fue, con sus truenos y aparato eléctrico a otra parte, los habitantes del pueblo, muy aliviados, pudieron salir a la calle a comprobar si había ocurrido algún estropicio grave. 
   Los vecinos que vivían cerca de la Iglesia habían visto caer un rayo sobre el campanario y miraban con atención el mismo para comprobar si había sufrido algún daño; pero nuestro campanario es una construcción muy sólida, construida con sillares graníticos, a prueba de tormentas, y allí estaba íntegro, dispuesto a soportar todas las tormentas habidas y por haber. Entonces, alguien reparó en el Sagrado Corazón y observó que su corona había desaparecido. El rayo había caído sobre la imagen y, aunque a esta no le había pasado nada, había perdido la aureola. 
   Este suceso acarreó muchos comentarios y también fue motivo de controversia. Unos afirmaban que lo sucedido no era producto de la casualidad, que la gran tormenta había descargado sobre el pueblo porque el Sagrado Corazón estaba descontento con el donante de la imagen y, el rayo sobre la misma, con la pérdida de la corona, era un aviso divino para demostrar su disconformidad por la donación de Higinio Severino. 
   Otros, en cambio, opinaban lo contrario. Afirmaban que lo ocurrido había sido un auténtico milagro; que el Sagrado Corazón, para evitar que el rayo cayera en alguna casa vecina, donde con toda seguridad habría causado alguna desgracia grave, lo había atraído hacia la imagen del campanario, evitando de este modo un desastre. 
   ¿Qué quién tenía razón? Yo no lo sé. Habría que preguntarle al Sagrado Corazón. Lo cierto es que ese día perdió la corona, y así continua.


2 comentarios: