domingo, 30 de octubre de 2016

 Historias del más allá ( aunque ocurrieron acá)

En los pueblos, actualmente, personas y animales viven separados; las  personas lo hacen en el  casco urbano y el ganado permanece siempre en el campo; esto es así desde finales del siglo pasado. Hasta entonces,  el ganado durante el día pastaba en el campo, por las noches era recogido y llevado al pueblo a pernoctar en los corrales, y en la mañana siguiente otra vez era conducido al campo; así que los ganaderos andaban todo el día paseando a los animales, del pueblo al campo y viceversa.  
  Hace más de cuarenta años, cuando los ganaderos aún paseaban el ganado a diario, ocurrió este hecho. Tuvo lugar durante los  primeros días de noviembre, y el protagonista se llamaba Domiciano (Domi, para los amigos).
  Una madrugada,  este hombre se desveló totalmente y ya no tenía sueño alguno, estaba  harto de dar vueltas en la cama mientras veía cómo la mujer, a su lado, dormía plácidamente, y, a pesar de que aún no había amanecido, decidió levantarse;  tras desayunar, comenzó a hacer las tareas de la jornada así que ordeñó las cabras y, a pesar de que aún era noche cerrada, decidió llevarlas al campo.   
   La oscuridad  envolvía totalmente al pueblo, cuyas calles aún permanecían iluminadas por el alumbrado público, cuando el cabrero, con su rebaño de cabras, dejaba atrás las últimas casas del lugar, camino del prado donde los animales pastarían ese día.  
   El Alba apenas comenzaba a insinuarse en el horizonte y la luz natural era mínima, pero las cabras y el  dueño madrugador conocían  perfectamente la ruta a seguir y avanzaban a buen paso.  
  El camino que aquella mañana seguía el cabrero, con sus animales, pasaba delante del cementerio y  si a ello sumamos la gran oscuridad que había a aquella hora,  el aspecto que ofrecía el camino era de lo más tenebroso, mas esto no inquietaba en absoluto al pastor. Domi era un hombre ya mayor, experimentado en los avatares de la vida, y el asunto de la muerte no le asustaba lo más mínimo. Era consciente de que el curso de nuestra existencia es imparable, que todo ser vivo, por el hecho de serlo, nace, crece, se reproduce, y cuando le llega la hora final, muere; siempre había vivido en un medio natural, en el pueblo, y asistir el final del ciclo de la vida,  tanto en animales como en personas, era una  realidad que vivía con bastante frecuencia y para él, el cementerio era, simplemente, el lugar donde  permanecían los restos de las personas, una vez que terminaban sus días, y ahí acababa todo.  
  Era muy racional y sólo creía en lo que veía; aunque sólo había estudiado en la universidad de la vida, las grandes discusiones teológicas y  filosóficas, sobre la existencia de “un más allá” le traían sin cuidado, por lo que no creía en espíritus, fantasmas,  muertos vivientes ni nada por el estilo.
   Si hubiera vivido hoy día, le hubiera resultado difícil entender cómo mucha gente, cuando llegan  las fechas de los Santos y los Difuntos, abandona la tradición local de honrar a sus muertos y, en cambio,  acepta con tanto entusiasmo la celebración de Halloween (otra fiesta de los muertos); una costumbre totalmente ajena a nuestra cultura, donde uno de sus aspectos más llamativos es que la gente se  disfraza de muerto viviente u otro tipo de espantajo, para  intentar infundir miedo a los demás -estoy seguro que si se disfrazaran de inspectores de hacienda asustarían mucho más-.
   Pero, volvamos con el cabrero y su hato de ganado.
   Cuando el rebaño de cabras estaba a punto de llegar a la altura del cementerio,  Domi  observó que alguien venía en sentido contrario, por el lado opuesto del camino, pero, como la luminosidad ambiental era exigua, no podía apreciar con claridad si la criatura  que se le acercaba era un animal o  se trataba de una persona; únicamente distinguía una silueta negra sin una forma determinada -era muy ancha para tratarse de una persona, y tampoco parecía un animal-  así que le entraron grandes dudas sobre la índole de aquel ser.
  Como a esas horas tan tempranas del día, no es habitual que las personas anden por el campo,  el cabrero descartó la idea de que pudiera  tratase de un ser humano y, como el cementerio estaba allí mismo, a pesar de no creer en cosas sobrenaturales, por un momento le entró la duda y llegó a barajar la posibilidad de que la criatura que venía a su encuentro, pudiera tratarse  de un espíritu que hubiera salido del Camposanto. Por esta época, los días, inmediatamente anteriores y posteriores a los Santos, hay mucho ajetreo en los cementerios y la gente mete mucho ruido en un sitio donde lo que predomina habitualmente es el silencio ¿Y si  estoy confundido y los espíritus existen, están hartos porque la gente no les deja descansar en paz durante estos días, uno de ellos se ha desvelado como yo y ha salido a dar una vuelta?  Estos pensamientos vinieron a la cabeza de Domi  - ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos, y hasta al más incrédulo  le surgen dudas de todo tipo-  pero el cabrero, rápidamente, consideró que era un pensamiento  ridículo y, aunque lo desechó de inmediato, estaba algo intranquilo ya que ante él había algo que no sabía lo que era, y que se acercaba por momentos.
   Los animales tienen un sexto sentido que les pone en alerta cuando aprecian un peligro, o alguna presencia extraña,  pero el sujeto, que estaba ya a punto de cruzarse con las cabras, no debía causarles inquietud alguna pues éstas seguían avanzando tranquilamente por el camino. En cambio, el cabrero, inconscientemente,  aflojó el paso y, en un momento dado, se  detuvo mirando con suma atención a la sombra  que cada vez se acercaba más al punto donde él se encontraba.  
  El silencio de la mañana permitía escuchar, perfectamente, cómo avanzaba por el camino el ente matutino, con el que Domi  había tenido la mala fortuna de cruzarse aquella mañana,  y el pastor percibió que el sonido que emitía, en su caminar, aquel ser, no se correspondía con los pasos normales de una persona. No parecían unas pisadas, sino algo que avanzara arrastrándose.
 El cabrero, lo que estaba viendo y oyendo era algo real, aquello no era una sensación subjetiva, y esto provocó que pasara de la incredulidad a la certeza. Ahora ya no tenía duda alguna de que se encontraba ante un espectro matutino. A esas horas, en ese lugar, y con esas señas, sólo podía tratarse de algo sobrenatural. Cuando llegó a esta conclusión, hasta sintió que se le erizaba el vello por la impresión.
   Siempre había vivido convencido de que los espíritus eran tonterías e imaginaciones de gente medrosa, y resulta ahora se encontraba ante uno de ellos. 
   Bastante asustado, sopesó la posibilidad de echar a correr y huir de allí; pero si los capitanes  son los últimos en abandonar el barco, cuando ocurre una catástrofe; él, como capitán de su  rebaño,  ¡cómo iba a abandonar a las cabras! Decidió permanecer en el sitio donde se encontraba y enfrentarse a aquel espíritu que se aproximaba, así que empuño con fuerza el palo que llevaba en la mano dispuesto a defenderse de la sombra  que ya se encontraba allí mismo.
   Cuando la tuvo sólo a dos metros de distancia, pudo apreciar, con gran alivio,  que aquel ser informe, cuyas pisadas sobre el suelo no parecían humanas, sino que avanzaba arrastrándose, que tanto le había asustado,  iba tomando forma ante sus ojos, a pesar de la oscuridad.
  Se trataba de una mujer del pueblo, vestida de negro, tal como hacían habitualmente las mujeres mayores de antes, que iba arrastrando una escoba de gran tamaño, de las que se recogen en el campo para hacer lumbre. ¡A qué hora habría salido la señora al campo, para estar ya de regreso a tan temprana hora!
Escoba en primavera
-      ¡Coño, XXX!  ¿Cómo andas tan temprano por aquí?, recriminó el cabrero a la mujer. No sabes el susto que me has dado. A estas horas, y al lado del cementerio, pensé que eras un alma en pena.  ¿Pero no te da miedo andar sola, de noche, por el campo?

-      ¡A mí qué me va a dar miedo!, contestó la mujer.  Mis padres siempre decían que a los muertos no hay que tenerles miedo alguno, esos ya no pueden hacer  nada. Si a alguien hay que temer es a los vivos, y en el campo, a estas horas, no hay ningún vivo. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

LA BUFA

                   
    En nuestro pueblo, como en todo pueblo salmantino que se precie, antiguamente  existían  muchas tradiciones y, aunque aún subsisten algunas,  muchas ya han desaparecido persistiendo, únicamente, en nuestro recuerdo.
   Toda tradición tiene una justificación o  una razón de ser que, casi siempre, es fácil de comprender. Veamos unos ejemplos: En épocas de sequía se hacían rogativas  para que lloviese, y,  para quienes son creyentes, estaban muy justificadas. Si el agua viene del cielo, y Dios es el rey de los cielos ¿a quién rogar si no para que llueva?  Otro ejemplo lo tenemos en La Enramada, una  costumbre  que consistía en colocar ramos de flores en las ventanas y balcones de las chicas la noche de San Juan; en este caso, el fin que pretendía cada mozo, poniendo el ramo, en la ventana de una moza concreta, era para demostrarle que era de su gusto y estaba interesado por ella.  
   Al lado de estas tradiciones, cuya existencia tenía un objetivo más o menos clara, había otras cuya justificación es difícil de explicar y cuyo su origen se remonta, casi siempre,  a la noche de los tiempos. Una de ellas es La Bufa.
    Ésta, se realizaba en determinadas bodas, cuando uno o ambos cónyuges eran viudos: “Llegada la noche, una vez que los novios lograban escapar de los invitados, se retiraban al tálamo nupcial.  Entonces, los invitados, que de antemano sabían en que casa iba a pernoctar el nuevo matrimonio,  se dirigían a la misma provistos de cencerros y plantándose ante ella les dedicaban una sonora cencerrada. En ocasiones, además de tocar los cencerros, hacían una hoguera  delante de la casa, en la que quemaban pelos, cuernos, excrementos de vaca...con el fin de que todo ello desprendiese un olor pestilente”. Éste ritual era conocido como La Bufa.
   El fin que se perseguía con este antiquísimo rito (ruido y un fuerte olor desagradable)  era ahuyentar  al espíritu del cónyuge muerto  para que  dejase en paz a los nuevos cónyuges, durante esa noche, con el fin de que  éstos pudieran consumar felizmente su matrimonio  pues,  por el hecho de haber contraído nuevas nupcias, el espíritu, lógicamente, estaría irritado por “la infidelidad” de su ex pareja viva, e intentaría, por todos los medios, impedir que el matrimonio cumpliera “las tareas de cama”  propias de una noche de bodas ( entonces, hasta que no estaba uno casado, no había forma de  ******).
   Esta costumbre, que en sus inicios, no sabemos cuando, pudo tener un fin serio (en esencia se trata de un auténtico ritual de magia para ahuyentar espíritus), con el tiempo fue perdiendo su significado inicial y  persistió, simplemente, como un divertimento más en el que los novios acaban convertidos en víctimas. Unos novios que, en su afán por evitar la cencerrada, seguramente se esforzaban al máximo en guardar en el más absoluto secreto el sitio donde iban a pasar la noche de bodas, prefiriendo entendérselas ellos solitos con el espíritu del muerto (seguramente estarían tan ocupados aquella noche, que ni se acordaban de este).
   La cencerrada no era "privilegio" exclusivo de viudos, también podían recibirla aquellos novios forasteros que no hubiesen pagado "el vino" a los mozos del pueblo, como mandaba la tradición; aunque, en este caso, el asunto carecía de magia alguna, tratándose, simplemente, de una venganza ante el novio tacaño.
   Aunque la cencerrada a los novios, y la hoguera, constituían el aspecto más esotérico  de la Bufa, el ceremonial era mucho más amplio.
   Las bodas en las que uno o ambos contrayentes era/n viudo/s, casi siempre se realizaban con la máxima discreción y, a menudo, la celebración se limitaba exclusivamente a la ceremonia religiosa que era muy austera  pues a ella asistían, únicamente, los novios y los padrinos.
   La fecha de la celebración se mantenía en el más absoluto secreto, siendo  muy común que el enlace matrimonial tuviera lugar  antes del amanecer, a las cinco o seis de la mañana, para evitar ser vistos por el resto del paisanaje; algunos, incluso iban más allá y decidían casarse en algún pueblo vecino, o en la ciudad, buscando una mayor  intimidad.
   Otros novios, en cambio, no eran partidarios de tanto secretismo, estaban muy contentos por haber encontrado un novio/a  para rehacer una vida en pareja, y festejaban su nuevo matrimonio por todo lo alto, convirtiéndose la jornada de la boda en un auténtico jolgorio.
  En estos casos, era habitual que al salir los novios de la iglesia, una vez casados, encontraran a la puerta de ésta un carro engalanado que era empujado por los propios invitados, en el que debían subir y con el que eran conducidos a lo largo del día, a todos los lados (actualmente, para estos menesteres, algunos novios alquilan lujosas   limusinas. Quién sabe si la idea la tomarían de estos sencillos carros de trabajo que, en tiempos pretéritos, se empleaban en las bodas de viudos).  
  El hecho de ser llevados a todos los sitios en un carro engalanado tirado por los propios invitados, en un primer momento podríamos considerarlo un auténtico honor y una muestra de afecto hacia los novios; pero,  según iba discurriendo  el día, tras el convite, la comida, el baile, el vino y los licores… el asunto de los novios llevados en el carro, tirado por los invitados, iba degenerando y esto acababa la mayoría de las veces convirtiéndose en un auténtico pitorreo (en una bufa), no siendo raro que el carro, con los novios encima, acabara dentro de alguna charca cercana (Sabiendo esto,  es fácil entender por qué la mayoría de los viudos prefería casarse a escondidas para evitar estas “celebraciones”).
   Actualmente,  la Bufa no se hace. Si es penoso que  en los pueblos muchas tradiciones hayan desaparecido; ésta, personalmente, creo que no hemos de añorarla. Cada uno es muy libre de emparejarse con quien le plazca sin que una algarabía de cencerros proclame a los cuatro vientos que eres viudo.
   Eso sí, si a pesar de todo alguien desea recibir una cencerrada en su boda, y ser paseado en un carro, que lo diga y verá cumplidos sus deseos. Todo sea por la tradición


                                             

sábado, 1 de octubre de 2016

La Fiera Corrupia

    El tío Camuñas, el Hombre del Saco, el Sacamantecas, el Coco, el Hombre de la Boina Negra,  el Ojáncano,  el Lobo  y otros cuantos más, constituyen una serie de personajes , unas veces reales y otras fantásticos, que formaban parte del universo personal de los niños, en la primera mitad del siglo XX, y de muchas generaciones anteriores.
    Son seres “asustaniños” con los que, a menudo,  los adultos  nos atemorizaban en nuestra infancia  para evitar que corriésemos riesgos innecesarios, pues había una serie de normas establecidas: no andar de noche por la calle, no ir solos al campo, no alejarse mucho del pueblo,  no acercarse a desconocidos, no irse tarde a la cama, no asomarse a los pozos… que debíamos seguir  escrupulosamente. Si algún niño incumplía alguna de ellas, podía ser  víctima de cualquiera de estos seres que, por lo visto, debían tener un apetito descomunal a todas horas, ya que siempre estaban dispuestos a llevarnos con ellos para “hacernos cachitos” y comernos crudos.
   Además, debíamos ser muy obedientes ya que nuestros progenitores tenían línea directa con ellos y, si no obedecíamos, presumían de poder llamarles cuando se les antojaba, para chivarles nuestras travesuras.
   Uno de estos seres fantásticos es la Fiera Corrupia. Se trata de un misterioso animal que vive en nuestros campos, y que se presenta cuando menos lo esperas;  siendo su bocado preferido aquellos niños que se alejan del pueblo, sobre todo, si van solos.
   Yo ya tenía noticias de su existencia (¡eres más malo que la Fiera Corrupia!, era una expresión que, a veces, decían las madres a sus hijos, con ocasión de  alguna trastada).
   Cuando se habla de mitos y leyendas, las descripciones que se hacen de sus protagonistas, al tratarse de seres fantásticos,  son siempre muy imprecisas. El mejor informante que tuve de la Fiera Corrupia, pues la describió con todo detalle,  fue un pastor de Cerezal que cuidaba sus  ovejas en las
Teso de Peñahorcada
estribaciones del Teso de Peña Horcada.
   Una tarde de primavera, un grupo de amigos habíamos llegado hasta allí  y, al enterarse el hombre que éramos de Barrueco, al vernos tan lejos de nuestro lugar de origen, consideró que debía asustarnos un poco para que no volviésemos a alejarnos tanto del pueblo.
 -  ¡Muchachos! ¡Volveos pronto a para vuestra casa!, dijo el pastor. ¡Como se os haga tarde  puede aparecer la Fiera y lo vais a pasar muy mal!
   - ¿Y eso, qué es? Preguntamos con curiosidad.
  Aunque cada cual la describe con pequeñas variaciones, respecto a otros informantes,  casi todos coinciden en lo principal. Se trata de un híbrido de varios animales: la boca es parecida a la de un lobo pero bastante más grande y con dos filas de dientes arriba y abajo; los colmillos son enormes, siendo los incisivos cortantes como navajas; además,  poseen unos cuernos largos y algo retorcidos;  el pelo tiene un color entre negro y marrón; sus patas terminan en unas fuertes pezuñas, el rabo se divide, en su extremidad, en tres rabos más pequeños, y golpea , a veces, con él, a sus víctimas.
   De tamaño intermedio entre una cabra y una vaca, tiene una agilidad increíble, saltando las paredes con extrema facilidad  A veces, antes de verla, su presencia es delatada por el fuerte olor que emana, que recuerda al azufre quemado.
   Aunque su aspecto, ya de por sí, es terrorífico;  lo que más asusta son los rugidos que emite, audibles a gran distancia. A veces, cuando hace mucho viento, oímos sonidos extraños que recuerdan los rugidos de un animal;  aunque la gente cree que es el viento, en realidad pertenecen a esta fiera que vive en nuestros campos y que brama cuando está hambrienta.  
  El pastor la describió en términos parecidos a los ya descritos recomendándonos,  encarecidamente, que si teníamos la desgracia de que se nos apareciera la fiera, no la mirásemos directamente  a los ojos pues podíamos quedar hipnotizados e incapaces de movernos. 
  El dueño de las ovejas afirmaba haber visto a la Fiera Corrupia sólo en una ocasión;  precisamente,  entre los términos de Barrueco y Cerezal. La fiera estaba de espaldas, el viento iba en sentido contrario y, gracias a esta circunstancia, no lo olió, pudiendo alejarse de allí indemne.
   Lo último que deseaba en el mundo era volver a  encontrarse con esa criatura tan terrorífica.
   Nos aconsejó que anduviésemos con cuidado por los campos y que, como estábamos lejos de nuestro pueblo, más nos valía volver a él lo antes posible pues si se nos echaba la noche encima, y aparecía la Fiera, no tendríamos posibilidad alguna de sobrevivir a su ataque.
   Para dar mayor credibilidad a su relato, afirmó que conocía algún caso de niños que habían salido al campo, se habían alejado mucho de sus pueblos, y nunca más volvió a saberse nada de ellos.

   Aquel día, cuando se puso el sol, nosotros ya llevábamos un buen rato en nuestro pueblo. Éramos ya adolescentes y en ningún momento llegamos a pensar que ese ser fuera real. Alguien dijo que: “De noche, hasta los ateos casi creen en Dios. Nosotros tampoco creíamos en la existencia de la Fiera Corrupia; pero por si acaso