martes, 29 de marzo de 2016

Sucedió un martes, hace años


   Hasta bien entrado el siglo XX, el transporte público de personas se hacía en carruajes tirados por caballos, similares a las famosas diligencias de las películas del Oeste Americano. Después, cuando aparecieron los automóviles, el transporte de pasajeros pasó a realizarse en autobuses.
   En uno de aquellos primeros coches de línea, que circularon por la comarca, sucedió este hecho. Unos los sitúan en Villasbuenas, otros en La Zarza, otros en... Lo cierto es que, aunque no pueda precisar   dónde ocurrió este suceso, eso es un detalle menor; sucedió, alguien me lo narró y así lo cuento yo. 

            
   Hasta la década de 1950, los coches particulares eran muy escasos;  por ello, los viajes por carretera se hacían casi exclusivamente en taxi, o en alguna línea regular de autobuses. La gente, tal como sigue haciéndolo actualmente, viajaba mucho a Vitigudino; unas veces para hacer compras y, otras, para vender productos; por ello, era frecuente que los pasajeros llevasen mucho equipaje. Éste, se colocaba, bien amarrado, en la baca que entonces llevaban en el techo todos los autobuses. En  estas bacas, al principio, había también  asientos, pues, llegado el caso, cuando se llenaban los asientos del interior, el resto de los pasajeros subía a la baca y viajaban allí sentados, o incluso de pie, junto al equipaje y demás mercancías que transportara el autobús ese día. 
   Lo bueno del asunto es que nadie se quedaba “en tierra”; siendo, por lo demás, el viaje en el techo de estos autobuses bastante seguro, ya que su velocidad era muy baja (apenas sobrepasaban los 30 km / hora);  ello hacía que las posibilidades de caerse fueran mínimas. Si a esto sumamos lo saludable de viajar respirando aire puro (entonces se fumaba en los autobuses) , hasta podría parecer que esta forma de viajar era estupenda. Claro que todo tiene un lado malo: los viajeros que iban en el techo del autobús, estaban expuestos a las inclemencias del tiempo (calor en verano, frío en invierno, viento,
lluvia…).
   El hecho que nos ocupa, ocurrió un día de invierno…un martes; todo empezó en Viti. A mediodía, había mucha gente para coger el coche de línea con el fin de volver a sus pueblos y el autobús se llenó pronto; por ello, a la hora de partir, algunos pasajeros tuvieron que subir a la baca para hacer el viaje. El día se había presentado muy nublado y lloviznaba, lo que hacía sumamente  incómodo  viajar en ese lugar pues  implicaba que los pasajeros iban a ir mojándose todo el rato, a pesar de los paraguas.
   El primer viajero que subió a la baca lo hizo refunfuñando por no haber llegado un poco antes y haber  podido coger un sitio dentro del autobús. Lloviendo como estaba, pensaba en el frío y la mojadura que le esperaban, no paraba de echar maldiciones, y, entonces observó que entre el equipaje que allí estaba ya colocado, había un ataúd que aquel día el coche de línea llevaba a algún pueblo.
    Está sin estrenar - pensó este hombre -  y si me meto en él hasta que llegue al pueblo no me mojo, ni paso frío. Además, me voy acostumbrando para cuando me llegue la hora. No lo pensó dos veces y se metió en el mismo. Subieron, después, otros viajeros a la baca, y al poco rato el coche inició la marcha.
    El autobús iba parando en los sucesivos pueblos y el del ataúd  contaba las paradas. Cuando calculó que habían llegado a la de su pueblo, levantó la tapa y dijo:
- ¡Qué! ¿Ya dejó de llover?
    Los viajeros que iban en la baca del autobús, junto al equipaje, como es natural, pensaban que el ataúd, al ser nuevo, y estar sin estrenar, iría vacío; de forma que, cuando vieron que se abría y que dentro había un hombre, quedaron aterrados.
   Se vivieron escenas de auténtico pánico: Los pasajeros, muy asustados, bajaron precipitadamente desde el techo del autobús;  unos lo hicieron por la escalera, mientras que otros saltaron directamente, desde el techo del vehículo, al suelo. El deseo de todos era pisar la tierra lo antes posible y salir corriendo. Más de uno  cayó de culo en el barrizal que había aquel día, debido a la lluvia.  Por lo visto, había un cojo - cómo no -  que también viajaba junto al ataúd (no puedo explicar  cómo subiría hasta allí, pero el caso es que estaba). Bueno, pues este hombre apareció, aquel día, en su casa, sin muletas ya que éstas se habían quedado en la baca del autobús. Era tanto el miedo que llevaba que no las necesitó, ni para bajar del coche de línea, ni para llegar a su casa.