domingo, 23 de abril de 2017

Que Dios le de salud para…

(Bienaventurados los borrachos, porque verán a Dios dos veces)

   Todos los de Mieza / son unos borrachos / se beben el vino / y se gastan los cuartos. Esta canción, la escuché una vez en Vilvestre  y en ella, como podemos ver, los de Mieza no salen bien parados.   
En cambio, en Mieza, cantaban lo siguiente: Los mozos de Vilvestre / son unos borrachos / se beben el vino / y se gastan los cuartos.
   Que en cuál de los dos pueblos hay más borrachos, pues no lo sé; tampoco es plan de hacer una encuesta para ver si alguno de ellos destaca en estos menesteres.
   Antes, era muy común la aversión que había entre la gente de pueblos colindantes; raro era el lugar donde sus vecinos no cantasen alguna cantinela en la que los habitantes de algún pueblo aledaño salían malparados; aunque, en el pueblo aludido, también solían tener otra similar donde los   perjudicados eran los del primer pueblo, tal como ocurría con el asunto de los borrachos de Mieza y Vilvestre.
   En este sentido, es famosa la disputa que mantienen, desde tiempo inmemorial, entre Saucelle y Vilvestre,  sobre cuál de ambos lugares es el pueblo de los “averriaos” -obviamente, en cada uno de ellos  afirman que los averriaos son “los otros”-. A pesar de la enorme importancia que tiene el asunto, y de la gran trascendencia que conlleva, para los habitantes de ambas localidades, vivir con la incertidumbre de saber, a ciencia cierta, quienes son “los averriaos”; tras largos y concienzudos estudios que se han realizado sobre el tema, aún no ha sido posible resolver este dilema.

   Bueno, pues esto sucedió hace ya mucho tiempo, y el asunto también estaba relacionado con borrachos; aunque será mejor empezar desde el principio.
   El hecho aconteció a comienzos del siglo XX y en España reinaba por entonces Alfonso XIII; en esa época apenas había carreteras,  las pocas que había unían ciudades y pueblos importantes y, los pueblos estaban unidos entre sí por caminos de herradura.
   Para viajar a la ciudad había transporte público, unos coches de caballos similares a las diligencias de las películas del oeste americano -sin indios, eso sí- , y cuando la gente se desplazaba de un pueblo a otro, solía hacerlo a caballo (esto lo hacían las personas ricas de entonces, hoy equivaldrían a los que se mueven en BMW, Audi y Mercedes), en burro, en mulo, o caminando.
   Era un Primero de Mayo y ese día, aunque es la Fiesta del Trabajo, en  Barrueco lo que realmente celebran es la fiesta de su patrón, San Felipe, que es muy anterior a la otra.   Actualmente, la festividad se reduce a un solo día, el uno de mayo, pero antes duraba tres días, ya que comenzaba el día de San Felipe (uno de mayo) y terminaba el día de la Cruz (3 de mayo).
   En este pueblo, por San Felipe, se celebraba una importante feria de ganado a la que acudía gran cantidad de gente de todos los pueblos de la comarca y de fuera de ella, y aquel año,  entre el numeroso el gentío que llenaba las calles del pueblo, se encontraban cuatro mozos de Saldeana. Habían llegado a media mañana, juntos, cada uno en su burro; llevaban merienda, como era habitual entonces, y, a la hora de comer, en uno de los bares del pueblo, entre los cuatro compraron una garrafa de vino para acompañar los alimentos. 
   El morapio  debía estar  muy bueno y los cuatro rellenaron los vasos una y otra vez, hasta que lo terminaron todo. Aunque la garrafa no era demasiado grande, imagino que para cuatro podría ser de medio cántaro (unos 8 litros), cuando quisieron darse cuenta ésta estaba muy  vacía, y ellos muy llenos y alegres;  se habían trasegado cada uno de ellos una buena cantidad de vino, ese licor que, en el decir del Viejo Testamento, alegra el corazón de los hombres.
   A media tarde, cuando llegó la hora de regresar a su pueblo, los cuatro estaban aún muy alegres, y cada uno se subió a su “vehículo” para iniciar su itinerario.  
   Las previsiones para el viaje de regreso eran excelentes;  el día, plenamente primaveral, había sido  soleado y la temperatura era agradable; aunque estaban algo desorientados por lo del  vino, no había peligro alguno de perdida ya que los burros conocían perfectamente el camino de vuelta, así que sus amos ni siquiera necesitaron arrearlos para iniciar la ruta.
  Por entonces no se hacían controles de alcoholemia a los viajeros, tal como sucede ahora, de modo que, aunque todos ellos iban un poco achispados, ello tampoco suponía un problema para el viaje¸ aunque yendo en burro tengo grandes dudas que se lo hicieran incluso en la actualidad.
  Entonces, no había carretera para ir a Saldeana, aún faltaban varias décadas para que ésta fuera una realidad, y el trayecto había que hacerlo a través de algún camino; para regresar a su pueblo existían tres caminos distintos: El de Arriba, el de Enmedio, y el de Abajo ( no es broma) , y ellos, los burros más bien, siguieron el de Enmedio, que es por el que habían venido a la fiesta.
 El camino que siguieron atraviesa un valle, en el que hay un pilar , y los asnos, al llegar a su altura, se acercaron al mismo a beber agua. Mientras estaban en ello,  uno de los cuatro jóvenes miró con atención a los compañeros y se le ocurrió contarlos. No se incluyó en el recuento, y, evidentemente, sólo llegó hasta tres.
En el valle había un pilar
-      ¡Ay madre!, dijo en voz alta.  Se ha perdido uno. Éramos cuatro  y ahora solo somos tres.
-      Déjame contar a mí, dijo  el compañero que tenía más cerca. Te habrás equivocado. Y mira que con el vino que has bebido deberías ver el doble.
     Comenzó a hacer el recuento y tampoco se incluyó en el mismo, tal como había hecho el compañero anterior, por lo que también sólo llegó hasta tres.
-      ¡Es verdad!, ¡Falta uno! , exclamo muy preocupado. De los cuatro, uno se ha perdido por el camino y no nos hemos dado cuenta. ¡Pobrecito!, qué va a hacer ahora cuando se dé cuenta de que se ha perdido, dijo al borde de las lágrimas  -el vino ocasiona estas reacciones, a unos le da euforia y a otros les pone tristes- ¿Qué hacemos ahora?
-      Dejadme que cuente yo, dijo un tercero. No me fío mucho de vosotros. Yo creo que  es que os habéis pasado un poco con el vino y no sois capaces de contar bien.  
   Desde el burro, tal como hicieran los dos anteriores, contó a los tres compañeros, tampoco se incluyó en el recuento y obtuvo el mismo resultado  que los dos anteriores.
-      ¡Tenéis razón! ¡Sólo estamos tres! ¡Pero no sé quién es el que falta! ¿Ahora qué hacemos? Seguro que anda por ahí perdido sin saber ni dónde está . ¿Qué le vamos a decir a su padre, cuando nos vea volver sin él?
-      ¿Al padre de quién?, dijo el cuarto. Porque yo tampoco sé quién es el que falta. -éste también había contado sólo a sus otros tres compañeros, sin incluirse en el recuento, tal como habían hecho los demás, y había llegado a la misma conclusión-.
     En estas disquisiciones se encontraban, cuando llegó un hombre al pilar, a dar agua a las vacas.             Vio a los cuatro mozos  allí parados, cada uno subido en su burro, y les preguntó que si pasaba algo.
-      Verá usted, somos de Saldeana y volvemos de San Felipe. Esta mañana, al venir, éramos cuatro; ahora sólo somos tres y es que no sabemos quién de los cuatro es el que falta. ¿Puede usted ayudarnos?
 El dueño de las vacas rápido se dio cuenta del estado en el que se encontraban aquellos jinetes. Apenas eran capaces de sostenerse en los burros y encima pretendían hacer ejercicios de contabilidad; hasta se maravilló porque hubiesen sido capaces de contar hasta tres. Consideró que era urgente ayudarles para que siguieran la ruta hasta su pueblo, antes de que se les hiciera demasiado tarde, y, además, debía ser muy convincente ya que los que abusan del vino no suelen tener la conciencia muy despierta.  
-  Venga, voy a ayudaros. Poneros todos aquí, cerca de mí.
   Con el palo que llevaba en la mano, para las vacas, le arreó al que estaba más cerca un golpe en la cabeza…suave…pero un golpe al fin y al cabo, y contó:
-¡Uno!  
  Éste, se quejó por el golpe y se llevó la mano a la cabeza.
-  ¡Dos!, continuó el benefactor, dándole otro estacazo al segundo, con el mismo resultado.
   De igual modo procedió con los otros dos, dándole a cada uno con el palo en la cabeza, a la par que los enumeraba, y cuando acabó dijo:
-  ¡Y cuatro!, ya estáis todos. Mirad, aquí hay cuatro personas y cuatro burros. Podéis iros tranquilos a vuestro pueblo, que no falta ninguno. De todos modos, si queréis os cuento otra vez, para estar más seguro.
-  ¡NOOOOOOO!, dijeron, doloridos, todos a la vez, mientras se rascaban la cabeza.
Ya más tranquilos, por haber encontrado “al compañero perdido”, aguijaron los burros  para proseguir el camino y uno de ellos, volviendo la cabeza, se dirigió al hombre de las vacas que había resuelto en entuerto.
-   ¡Señor!, muchas gracias por encontrar al compañero perdido. Que Dios le de salud para seguir haciendo favores.


(Éste es un cuento popular muy conocido.  Aunque me lo contaron personalizándolo en unos mozos de Saldeana; en este pueblo, seguramente, también lo contaban, aunque  los borrachos,  en su caso, seguramente eran de Barrueco.
   Los cuentos populares suelen tener una amplia difusión; de hecho, éste lo cuentan también en Extremadura, Castilla la Mancha y posiblemente en otros muchos lugares)

miércoles, 5 de abril de 2017

El hombre que no amaba a las mujeres


   Esto ocurrió hace ya bastantes años, cuando me encontraba estudiando en Salamanca; era un día de abril, un Viernes de Dolores para ser más exactos, y me iba al pueblo de vacaciones de Semana Santa. Entonces, tener coche era un auténtico lujo y, como la mayoría de las familias no disponían de él, cuando viajábamos, casi todos lo hacíamos en el transporte público. 
   Aquella tarde, la estación de autobuses estaba abarrotada de gente y maletas; daba la sensación de que todos los estudiantes habíamos decidido ir a nuestros pueblos, el mismo día y a la misma hora.
   La empresa Bautista, que era entonces la encargada de la ruta en nuestra zona, aquel día había reforzado el servicio con más autobuses y, aun así, todos iban  llenos de pasajeros.
   Tras localizar el autobús que me correspondía, guardé el equipaje en el maletero, subí al mismo y busqué el asiento que tenía asignado, que se encontraba en la parte de atrás. Unas filas anteriores a mí, viajaba un hombre de mi pueblo (vamos a llamarle Teodomiro) al que saludé al pasar por el pasillo, antes de acomodarme en mi asiento.
   A las seis de la tarde, hora oficial de salida, el autobús estaba completo con todos los pasajeros ya sentados en nuestros asientos, el equipaje guardado en los bajos de autobús con los portones ya cerrados,  y el conductor se encontraba también, ya sentado ante el volante… pero el coche no arrancaba. Nadie sabía por qué no nos íbamos ya.
   Salir con retraso era algo muy habitual y aquel día no fue la excepción, salimos de Salamanca “solo” veinte minutos más tarde de lo previsto. En esta ocasión, la demora era debida a que la empresa había vendido billetes por encima de la capacidad de los autobuses, y no había asiento para todos los pasajeros (aunque pueda parecer que el overbooking es un invento nuevo de las compañías aéreas, en realidad la línea salmantina de autobuses Bautista, ya lo había inventado hace más de 40 años). La empresa, en eso hay que alabarla, al contrario que las compañías aéreas, nunca dejaba a nadie “en tierra”. En nuestro autobús subieron, aquel día, dos pasajeros, “de más” que permanecieron de pie, en el pasillo. Irían allí hasta que bajase alguien, en alguno de los pueblos más próximos a la ciudad, y quedaran asientos libres.
   Actualmente, cuando viajamos en un medio de transporte público: tren, autobús, avión…podemos apreciar cómo ha cambiado la sociedad en lo que respecta a la comunicación entre las personas. Entonces no había móviles, mp3, tablets, ni ordenadores portátiles, y los pasajeros, durante el viaje, generalmente hablábamos con el compañero que te tocaba al lado. Estar dos horas sentado, a pocos  centímetros  de tu vecino de asiento, sin dirigirle apenas la palabra, era impensable. En cambio, hoy día, lo habitual es que el compañero de al lado se coloque los auriculares, se ponga a navegar -o divagar- por internet, o a hablar o “”guasapear” por el móvil, y ni te mira aunque compartas con él varias horas de viaje.  
  Los nuevos sistemas de comunicación, con los que contamos hoy día, nadie pone en duda que son una  maravilla; pero, en algunos aspectos, no son tan estupendos. Te acercan a la gente que está lejos, sí, pero te alejan de la que tienes al lado (este fenómeno ocurre también hasta en los propios domicilios, no hace falta viajar para para comprobarlo).
   En aquellos tiempos, como aún no existían estas nuevas tecnologías, una vez que el autobús arrancó e inició el recorrido, muchos pasajeros comenzaron a hablar con sus vecinos de asiento y , como buenos españoles, encima lo hacían bastante alto, oyéndose dentro del autobús, simultáneamente, varias conversaciones.
  Los dos pasajeros que iban de pie, en el pasillo, también conversaban y uno de ellos lo hacía en voz alta, gesticulando mucho,  parecía estar muy enfadado. En un momento dado, todos pudimos oírle decir con claridad, en un tono de voz bastante elevado:
-   ¡Si es que todas las mujeres son unas putas!
    A escuchar esto, casi todas las conversaciones se interrumpieron y muchos miramos al hombre que había hecho tal afirmación.
-        ¡Cállate!¸ le recriminó el compañero, al darse cuenta. Nos están mirando todos.
   El autor de la frase, también se dio cuenta de que era observado por gran parte del pasaje  e hizo caso al compañero, permaneciendo los dos en silencio.
   A los diez minutos, cuando el autobús iba dejando atrás las últimas casas de la ciudad, casi todos los pasajeros, incluidos los que iban a pie en el pasillo, ya habían reanudado sus charlas. La conversación de estos dos últimos, en realidad, no era un diálogo, se trataba de un monólogo ya
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que uno hablaba muy exaltado (el orador), elevando cada vez más el tono de la voz, mientras el otro sólo escuchaba (el escuchante).
   Un poco antes de llegar Doñinos, el primer pueblo de la ruta, donde tenía paraba al autobús,  todos pudimos oír de nuevo, al mismo pasajero del pasillo de antes, al orador, decir con mucha vehemencia:
-   ¡De verdad. Todas las mujeres… pero todas…son unas zorras y unas putas!
   Lo cierto es que desagradaba tanta insistencia sobre el tema. Desde que somos niños, siempre
nos han enseñado que no hay que meterse en conversaciones privadas; pero aquella conversación era cualquier cosa menos privada ya que, sin pretenderlo,  la estábamos oyendo prácticamente todos los  que viajábamos en el autobús. Teodomiro, que se encontraba muy próximo al hombre que lanzaba aquellas aseveraciones sobre las mujeres, muy contrariado, se dirigió a él en estos términos:
-   ¡Oiga! Usted dice, que todas las mujeres son unas putas ¿no?
-   ¡Pues sí!, respondió el otro, muy seguro de sí mismo ¡lo digo y lo repito las veces que sea necesario!
-   Entonces…por lo que dice…su madre también lo es, claro, afirmó Teodomiro.
   Al escuchar estas palabras, el hombre enrojeció de ira, dudó durante un momento qué hacer, y se abalanzó sobre nuestro paisano. Éste, que tenía un paraguas en la mano, se levantó del asiento y le dijo que si se le acercaba  le arreaba  con él.
   Se armó una escandalera tremenda en el autocar. Se oyeron insultos, hubo amenazas, y no llegaron a las manos porque los viajeros, que estaban más próximos a ellos, se interpusieron entre los dos hombres. En la trifulca intervinieron también varias mujeres que apoyaron a su paladín, con palabras y de paso aprovecharon para insultar al deslenguado pasajero del pasillo.
   El conductor tuvo que parar el autobús, y, tras restablecer un poco el orden, para evitar nuevos enfrentamientos, sugirió que uno de los dos protagonistas de la gresca se bajara allí mismo para  continuar el viaje en otro autocar de la empresa que venía detrás de nosotros; pero ninguno quería abandonar el autobús,  eso suponía dar la razón al otro. 
   Un hombre, que iba en la parte delantera del autobús, se ofreció a dejar su asiento  a “el hombre que no amaba a las mujeres”, y siguió el viaje en pie, en el pasillo, en su lugar, con el fin de      separar a los dos contrincantes.
   De este modo, pudimos continuar la ruta (aquel día, el coche de línea, en vez de las dos horas      habituales que empleaba, en hacer el trayecto, tardó tres horas en llegar al pueblo; ya que, al horario  habitual hubo que sumar el retraso en la salida y la trifulca que hubo en el autobús.  
   Más de uno felicitamos a nuestro paisano por su buen hacer, defendiendo la honra de las mujeres, y  éste intentaba quitarle importancia al asunto, echando mano del refranero:
  ­- ¡Bah!, ha pasado lo de siempre: “Quien dice lo que no debe, escucha lo que no quiere”