miércoles, 7 de diciembre de 2016

Historias del otoño

  
   La entrada de España en la UE trajo consigo importantes cambios en el medio rural, pues obligó a realizar una importante reestructuración en las explotaciones agrarias, tanto agrícolas, como ganaderas. Uno de los cambios que originó la nueva normativa europea fue el que obligaba a ubicar las explotaciones ganaderas fuera del casco urbano. Desde entonces, el ganado permanece siempre en el campo, en fincas y valles, mientras que en el pueblo sólo viven las personas.  
  Anteriormente, animales de 2 y 4 patas convivíamos en los pueblos en estrecha hermandad. Por  las mañanas, el ganado bovino, caprino y lanar era llevado al campo a pastar y permanecía allí  hasta la tarde; entonces, volvía al pueblo donde era  devuelto a los corrales para pasar la noche.
   Los cerdos, en cambio, eran animales exclusivamente urbanos pues no salían al campo, vivían en los pueblos, en cuadras, donde eran cebados hasta que les llegaba su “San Martín”.
  Una familia de tipo medio, generalmente, adquiría los lechones a comienzos de primavera: uno, dos, tres… dependiendo del número de personas que la componían, para cebarlos hasta diciembre o enero, los meses matanceros por excelencia.
  La carne del cochino ha sido, y sigue siendo, uno de los pilares básicos de nuestra dieta;  por ello, había que alimentar y mimar bien a estos animales para poder tener durante todo el año  jamones, lomos, chorizos, salchichones, tocino,...la lista es larga ya que del cerdo se aprovecha todo.   
   El hecho de que muriera un cerdo, ya cebado, antes de la matanza, era una auténtica desgracia para sus dueños pues, además de la infinidad de horas de trabajo que había que dedicarle durante su crianza, suponía una importante pérdida económica.
   Una tragedia de este tipo aconteció a una familia, en un pueblo de nuestra comarca, en la década de 1960; aunque,  afortunadamente,  lo que comenzó siendo una tragedia, terminó en tragicomedia.
   Corrían los últimos días de noviembre, bien avanzado el otoño, y los dos cerdos de nuestros paisanos estaban ya  muy lustrosos, debían andar  entre 17-18 arrobas,  listos para la matanza.  Ésta, habían decidido hacerla por la Purísima (la Constitución no existía aún en nuestro calendario, llegaría en 1978),  y ya sólo faltaban  dos semanas para el evento.
  El ama, todos los días, alimentaba a sus puercos mañana y tarde y, aunque siempre les administraba nutrientes en abundancia, las raciones en esta última etapa de engorde eran especialmente  generosas, con el fin de cebarles lo máximo posible, para que diesen un buen  rendimiento en carne.
   Los marranos son omnívoros, comen de todo,  por tanto su alimentación puede ser todo lo variada que se desee. En las pocilgas se les alimentaba con pienso, complementándose el mismo con  otros productos de la huerta y del campo que variaban según la época: patatas pequeñas que se desechaban para el consumo humano,  remolachas, fruta que no estaba en condiciones optimas…   Si hubiera que utilizar tres palabras para resumir lo que comen los cerdos serían las siguientes: “Comen de todo”.        Una tarde, a la hora habitual, fue la mujer a echar de comer a sus cerdos y, tras ponerles la correspondiente ración de pienso, añadió como suplemento lo que tenía por allí más a mano, llenando nuevamente la pila donde los puercos comían.  Una hora más tarde, volvió a la cuadra a  echarles agua y despedirse de ellos hasta el día siguiente y, al acercarse a la zahúrda,  antes de alcanzar la puerta, algo llamó su atención.  Los puercos, siempre están dispuestos a engullir todo lo que se les eche; de modo que, cuando alguien va a la pocilga, se acercan a la puerta, impacientes, gruñendo ruidosamente, pues creen que les llevan algo para comer; mas, en esta ocasión, había un silencio poco habitual en la cuadra, algo que extrañó mucho al ama.
www.tipos.co/tipos-de-cerdo/
  Cuando ésta se asomó a la porqueriza, se llevó un susto morrocotudo: ambos cerdos estaban inmóviles, tumbados en el suelo, y al ver a la dueña ni se inmutaron.  
    Uno de ellos, con gran esfuerzo, logró incorporarse y entonces la mujer suspiró aliviada - al menos, no están muertos, pensó ella-,  pero el consuelo duró poco; apenas logró el cerdo ponerse en pie, se tambaleó y cayó aparatosamente al suelo, permaneciendo allí tirado con el compañero.
   Esto sí que intranquilizó a la dueña de los cochinos.  Por su cabeza cruzaban pensamientos poco tranquilizadores: Los cerdos tienen alguna enfermedad,  y debe ser grave pues no se tienen en pie. Ocho meses alimentándolos mañana y tarde,  y a dos semanas de la matanza, cuando  ya están totalmente desarrollados, con buenas arrobas de carne encima, se han puesto malos. - esto pensaba la señora, sobrecogida por la desazón - 
  Con lágrimas en los ojos,  por la rabia contenida,  fue a ver al marido a comunicarle la mala nueva. Éste,  cuando vio la cara de la esposa, adivinó que algo serio ocurría y se alarmó.  
-      ¿Qué ocurre?
-      Los marranos, contestó ella. Están muy malos. Ni gruñen, ni bullen. Están en el suelo tirados  y no pueden con su alma (es muy discutible que los cerdos tengan alma, pero es así como se expresó la mujer).
Al escuchar el marido, las explicaciones de la esposa, se alarmó mucho. El hecho de que pudieran morir los cerdos, ya totalmente cebados, a escasas fechas la matanza,  era algo muy grave. Ambos se acercaron rápidamente a la cuadra y allí pudieron ver cómo los dos puercos seguían tumbados  en el suelo, tal como los había dejado el ama.  Al verles, el mismo cerdo que anteriormente había logrado ponerse en pie hizo un esfuerzo sobrehumano (la verdad es que si son puercos, los esfuerzos no pueden ser sobrehumanos,  pero estos cerdos se parecían mucho a los humanos, como luego veremos) y volvió a incorporarse. Se mantuvo sobre sus patas unos segundos, intentó dar un paso, se tambaleó y, tal como sucediera anteriormente,  cayó  al suelo ante los asustados ojos de  sus dueños.
-      ¡Están muy mal!, exclamó preocupado el marido. Y el otro ni se menea. Habrá que avisar al veterinario. Si no los puede curar y mueren, al menos que nos diga si podemos aprovechar la carne.
-      ¡Mira, si se mueren no vamos a aprovechar nada! , respondió enfadada la mujer ¿Y si nos ponemos malos nosotros, por comerla?
Tienes razón, contestó el marido que miraba apesadumbrado a los cerdos. Entonces, observó que en la pila de granito, donde éstos comían habitualmente, había restos de  borras.   
-      ¡Oye! ¿que les has echado a los cerdos esta tarde?
-      El pienso de todos los días y después unas borras.  Ayer les di unas pocas, vi que se las comían bien y hoy, después del pienso, les he puesto más.
-      ¿Le echaste muchas?
-       Pues les llené la pila y se las comieron muy bien. ¡Ay, Dios mío!, exclamo la esposa, a ver si va a ser eso, que estaban  malas y encima los he envenenado yo
    El marido al oír las palabras de la esposa suspiró aliviado.
-      Entonces es eso, mujer. A los cerdos no les pasa nada
-      ¿Cómo que no les pasa nada?, protestó ella ¡Pero no ves lo malos que están!
-      Creo que los has emborrachado, afirmó el hombre. Eso lo que les pasa.
-      Es imposible, respondió ella ¿Cómo van a estar borrachos unos cerdos?  Pero si solo han comido unos pellejos de uva. Estarían malas y por eso se han puesto así.
 -  Están borrachos, te lo digo yo, respondió el marido muy convencido, y las borras estaban bien no te preocupes. Lo que ocurre es que tienen mucho alcohol y si encima dices que han comido muchas… ¿No ves que con ellas se hace el aguardiente?  Los marranos se han cogido una buena curda y por eso no se tienen en pié.  Les pasa lo mismo que a las personas cuando se “les va la mano” con el vino. Ellos no se van a poner a cantar, claro está, pero tienen que dormirla. Verás cómo mañana están bien… con resaca, eso sí, pero serenos.
   El hombre estaba plenamente convencido de su diagnóstico, y la sonrisa había vuelto a su cara. La mujer, en cambio, no estaba muy conforme con la conclusión a la que había llegado el marido.  Aunque si éste afirmaba que los cerdos estaban borrachos, quizá tuviera razón; al fin y al cabo, ella no entendía de borracheras y él sí  (Descartes decía que la Razón es el bien más abundante del mundo, pues todos creemos tenerla siempre de nuestra parte. Ella, en esta ocasión, deseó  que la razón estuviera de parte del marido)  
   Decidieron no llamar al veterinario y esperar a la mañana siguiente a ver qué pasaba.
   La esposa, preocupada por sus cerdos, pasó mala noche. Tardó en conciliar el sueño y, cuando lo consiguió, éste duró poco. Se despertó infinidad de veces,  dio múltiples vueltas en la cama,  y a las cinco de la mañana estaba totalmente despierta.  Como aún era noche cerrada no era cuestión de levantarse; así que aburrida, sin saber qué hacer,  se dedicó a rezar a San Antonio (pensaba que al ser el patrón de los animales, algo podría hacer por sus cerdos enfermos.  Por otra parte, si sólo era una borrachera y éstos no precisaban la ayuda del Santo, mejor que mejor). El marido, en cambio, durmió plácidamente durante toda la noche, convencido de su diagnóstico.
   Por la mañana, ambos cónyuges se levantaron temprano y se acercaron intrigados a la cuadra, a ver cómo seguían sus cerdos y comprobar si, efectivamente, eran unos simples “porcus ebrius” que  habían estado de borrachera,  o se trataba de algo mucho peor.
   Antes de llegar a la puerta de la pocilga, los marranos los sintieron y, como pensaban que ya les iban a llevar la ración matutina de alimento,  se pusieron a gruñir fuertemente, ante el alivio de los dueños.

Ambos, se miraron entre sí, muy contentos, y dijeron a la par: - Ha sido una borrachera.

jueves, 24 de noviembre de 2016

El Cristo de las Aguas

   La Meteorología, entre otras cosas, permite hacer pronósticos del tiempo que va a hacer. Hoy día,   podemos comprobar que las predicciones que hacen los meteorólogos son bastante certeras siendo esto posible porque estamos ante una ciencia que, como tal, se apoya en datos objetivos como son  los satélites meteorológicos, las estaciones meteorológicas de medición distribuidas en distintas zonas, y en otros medios.
  Antiguamente,  cuando aún no existían las agencias de meteorología, las predicciones del tiempo las hacía la propia gente de los pueblos. Pronosticar el tiempo que iba a hacer era uno de los temas favoritos  en las conversaciones de la gente y, en todos los lugares, siempre había algunas personas que eran auténticos expertos en augurar cómo iba a ser el clima durante los siguientes días. El método que utilizaban  estos pronosticadores del tiempo,  para vaticinar los cambios climáticos,  era poco  científico y, si hubiera que definirlo de alguna manera, habría que catalogarlo como un  auténtico arte: se basaban en la observación de las nubes, del sol, de la luna, de los vientos, del aspecto del cielo, del comportamiento de los animales… Además de sus apreciaciones personales, echaban mano de otros medios “más científicos” como eran las Cabañuelas, y el popular Calendario Zaragozano.

   Actualmente, cuando lleva mucho tiempo sin llover, y hay sequía, los meteorólogos buscan una explicación científica que justifique la prolongada falta de lluvia (otra cosa es que la encuentren),  y la solución que proponen los  expertos, en estos casos, siempre es la misma: que consumamos poca agua  (más de uno, en su afán por ahorrar agua; bien siguiendo las indicaciones de aquellos, o por iniciativa propia, dejó de consumir  agua,  comenzó a beber cerveza, tinto de verano, cubatas… y no ha vuelto a probarla ¿ ecologismo?, ¿borrachismo?, pues la verdad es que no sé como catalogar su actitud,  pero bueno, ahí siguen...ahorrando agua).

   En tiempos pretéritos, nuestros antepasados, antes de que la tecnología y la ciencia hicieran aparición en nuestra existencia,  vivían con la convicción de que sus vidas dependían enteramente de la  Providencia y consideraban que la ausencia de lluvia  estaba motivada porque Dios, de alguna forma, estaba enfadado con ellos, siendo por lo tanto, las sequías, un modo de ser castigados por sus pecados. Por ello, había que pedirle a algún Cristo, o alguna Virgen, que intercediera por ellos ante  el Supremo Hacedor para que Éste le quitara “el candado a las nubes”, volviera a llover, y de este modo desapareciera la sequía.
  Esta petición, que se hacía a algún Cristo o Virgen, con tal fin, era conocida como “hacer rogativas” y consistía en sacar en procesión a la correspondiente imagen, rezándole y cantándole para que lloviera.
  Quizá haya incrédulos  que duden  de la eficacia de las rogativas; a ellos,  es necesario  aclarar  que éstas nunca fallaban… eran infalibles. Siempre que se hacían  rogativas  llovía  (podía ocurrir  a los pocos días, tras unas semanas, o quizá al cabo de unos meses…pero siempre acababa lloviendo).
 
   Una vez, en un pueblo, llevaba mucho tiempo sin llover y  había una sequía tremenda; los campos estaban agostados, los regatos no corrían desde mucho tiempo atrás, las charcas solo albergaban barro reseco, por los caños de los pilares no corría agua alguna y la mayoría de los pozos se habían secado; el caso es que la situación era ya insostenible y los labradores estaban desesperados. Un día, varios de ellos, acudieron a hablar con el cura del pueblo.
    - Mire usted, don Frigiliano, hay que sacar en procesión al "Cristo de las Aguas" para hacer unas rogativas. El campo está totalmente seco, el otoño e invierno pasados no llovió absolutamente nada, la primavera va por el mismo camino, el verano está ahí mismo y la situación es desesperada.
   Al cura, esta petición de los agricultores le dejó pensativo y, a la vez muy extrañado. El  crucificado, que la gente conocía como "Cristo de las Aguas", era una imagen que estaba en la sacristía, olvidada por todos. Él llevaba en el pueblo varios años y no recordaba que el anterior cura le hubiera informado nada respecto a dicha imagen.
    Al principio le resultó raro que estuviera en la sacristía y no en la iglesia, con el resto de las imágenes;  pero como en cada pueblo tienen sus costumbres, no le había dado excesiva importancia al asunto y decidió que, si el Cristo estaba en la en la sacristía, debía continuar en el mismo lugar.  
   - ¡Pero que estáis diciendo!, dijo el viejo sacristán, al oír la propuesta de los labradores ¡Eso no puede ser!
   - ¿Por qué?, preguntó don Frigiliano extrañado.
   - Puede ser peor el remiendo que el agujero, sentenció el sacristán.
    - Peor imposible, afirmó uno de los labradores. Hay que sacar a esa imagen en procesión. Yo una vez le oí decir a mi abuelo que hubo una sequía tremenda, sacaron al Cristo de las Aguas en  procesión, y se puso a llover de inmediato.
   El párroco era escéptico respecto a los resultados de las rogativas, pero consideró que, por sacar en procesión al Cristo, no se perdía nada. El pobre llevaba muchos años encerrado y un poco de aire no le vendría mal.
   - Vale, dijo a los labradores. Sacaremos al Cristo en procesión y  haremos rogativas, pero debéis saber que, si no llueve, puede ser por otras circunstancias. No debemos ser soberbios y pedir a Dios milagros. Él los hace cuando lo estima conveniente,  no cuando nosotros queramos.
 -¡Llover, lloverá! Por eso no se preocupe, afirmó el sacristán, muy convencido.
Los regatos se derbordaban
   Al día siguiente, el Cristo fue sacado en procesión;  a las dos horas comenzaron a aparecer nubes en el horizonte, y al poco rato empezó a llover ante el alborozo de todos.
   Pasaron los días,  pasaron las semanas, y seguía lloviendo. El terreno ya había embebido todo el agua de la que era capaz y los campos estaban totalmente inundados, los pilares corrían a chorro lleno, las charcas rebosaban y los regatos se derbordaban.  
  La gente del pueblo estaba desesperada por aquellas lluvias tan persistentes.
   El sacristán, en su casa, veía llover a través de la ventana  y decía para sus adentros: La gente lo que no sabe es que El  Cristo estaba encerrado, sí… pero por malo.



domingo, 30 de octubre de 2016

 Historias del más allá ( aunque ocurrieron acá)

En los pueblos, actualmente, personas y animales viven separados; las  personas lo hacen en el  casco urbano y el ganado permanece siempre en el campo; esto es así desde finales del siglo pasado. Hasta entonces,  el ganado durante el día pastaba en el campo, por las noches era recogido y llevado al pueblo a pernoctar en los corrales, y en la mañana siguiente otra vez era conducido al campo; así que los ganaderos andaban todo el día paseando a los animales, del pueblo al campo y viceversa.  
  Hace más de cuarenta años, cuando los ganaderos aún paseaban el ganado a diario, ocurrió este hecho. Tuvo lugar durante los  primeros días de noviembre, y el protagonista se llamaba Domiciano (Domi, para los amigos).
  Una madrugada,  este hombre se desveló totalmente y ya no tenía sueño alguno, estaba  harto de dar vueltas en la cama mientras veía cómo la mujer, a su lado, dormía plácidamente, y, a pesar de que aún no había amanecido, decidió levantarse;  tras desayunar, comenzó a hacer las tareas de la jornada así que ordeñó las cabras y, a pesar de que aún era noche cerrada, decidió llevarlas al campo.   
   La oscuridad  envolvía totalmente al pueblo, cuyas calles aún permanecían iluminadas por el alumbrado público, cuando el cabrero, con su rebaño de cabras, dejaba atrás las últimas casas del lugar, camino del prado donde los animales pastarían ese día.  
   El Alba apenas comenzaba a insinuarse en el horizonte y la luz natural era mínima, pero las cabras y el  dueño madrugador conocían  perfectamente la ruta a seguir y avanzaban a buen paso.  
  El camino que aquella mañana seguía el cabrero, con sus animales, pasaba delante del cementerio y  si a ello sumamos la gran oscuridad que había a aquella hora,  el aspecto que ofrecía el camino era de lo más tenebroso, mas esto no inquietaba en absoluto al pastor. Domi era un hombre ya mayor, experimentado en los avatares de la vida, y el asunto de la muerte no le asustaba lo más mínimo. Era consciente de que el curso de nuestra existencia es imparable, que todo ser vivo, por el hecho de serlo, nace, crece, se reproduce, y cuando le llega la hora final, muere; siempre había vivido en un medio natural, en el pueblo, y asistir el final del ciclo de la vida,  tanto en animales como en personas, era una  realidad que vivía con bastante frecuencia y para él, el cementerio era, simplemente, el lugar donde  permanecían los restos de las personas, una vez que terminaban sus días, y ahí acababa todo.  
  Era muy racional y sólo creía en lo que veía; aunque sólo había estudiado en la universidad de la vida, las grandes discusiones teológicas y  filosóficas, sobre la existencia de “un más allá” le traían sin cuidado, por lo que no creía en espíritus, fantasmas,  muertos vivientes ni nada por el estilo.
   Si hubiera vivido hoy día, le hubiera resultado difícil entender cómo mucha gente, cuando llegan  las fechas de los Santos y los Difuntos, abandona la tradición local de honrar a sus muertos y, en cambio,  acepta con tanto entusiasmo la celebración de Halloween (otra fiesta de los muertos); una costumbre totalmente ajena a nuestra cultura, donde uno de sus aspectos más llamativos es que la gente se  disfraza de muerto viviente u otro tipo de espantajo, para  intentar infundir miedo a los demás -estoy seguro que si se disfrazaran de inspectores de hacienda asustarían mucho más-.
   Pero, volvamos con el cabrero y su hato de ganado.
   Cuando el rebaño de cabras estaba a punto de llegar a la altura del cementerio,  Domi  observó que alguien venía en sentido contrario, por el lado opuesto del camino, pero, como la luminosidad ambiental era exigua, no podía apreciar con claridad si la criatura  que se le acercaba era un animal o  se trataba de una persona; únicamente distinguía una silueta negra sin una forma determinada -era muy ancha para tratarse de una persona, y tampoco parecía un animal-  así que le entraron grandes dudas sobre la índole de aquel ser.
  Como a esas horas tan tempranas del día, no es habitual que las personas anden por el campo,  el cabrero descartó la idea de que pudiera  tratase de un ser humano y, como el cementerio estaba allí mismo, a pesar de no creer en cosas sobrenaturales, por un momento le entró la duda y llegó a barajar la posibilidad de que la criatura que venía a su encuentro, pudiera tratarse  de un espíritu que hubiera salido del Camposanto. Por esta época, los días, inmediatamente anteriores y posteriores a los Santos, hay mucho ajetreo en los cementerios y la gente mete mucho ruido en un sitio donde lo que predomina habitualmente es el silencio ¿Y si  estoy confundido y los espíritus existen, están hartos porque la gente no les deja descansar en paz durante estos días, uno de ellos se ha desvelado como yo y ha salido a dar una vuelta?  Estos pensamientos vinieron a la cabeza de Domi  - ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos, y hasta al más incrédulo  le surgen dudas de todo tipo-  pero el cabrero, rápidamente, consideró que era un pensamiento  ridículo y, aunque lo desechó de inmediato, estaba algo intranquilo ya que ante él había algo que no sabía lo que era, y que se acercaba por momentos.
   Los animales tienen un sexto sentido que les pone en alerta cuando aprecian un peligro, o alguna presencia extraña,  pero el sujeto, que estaba ya a punto de cruzarse con las cabras, no debía causarles inquietud alguna pues éstas seguían avanzando tranquilamente por el camino. En cambio, el cabrero, inconscientemente,  aflojó el paso y, en un momento dado, se  detuvo mirando con suma atención a la sombra  que cada vez se acercaba más al punto donde él se encontraba.  
  El silencio de la mañana permitía escuchar, perfectamente, cómo avanzaba por el camino el ente matutino, con el que Domi  había tenido la mala fortuna de cruzarse aquella mañana,  y el pastor percibió que el sonido que emitía, en su caminar, aquel ser, no se correspondía con los pasos normales de una persona. No parecían unas pisadas, sino algo que avanzara arrastrándose.
 El cabrero, lo que estaba viendo y oyendo era algo real, aquello no era una sensación subjetiva, y esto provocó que pasara de la incredulidad a la certeza. Ahora ya no tenía duda alguna de que se encontraba ante un espectro matutino. A esas horas, en ese lugar, y con esas señas, sólo podía tratarse de algo sobrenatural. Cuando llegó a esta conclusión, hasta sintió que se le erizaba el vello por la impresión.
   Siempre había vivido convencido de que los espíritus eran tonterías e imaginaciones de gente medrosa, y resulta ahora se encontraba ante uno de ellos. 
   Bastante asustado, sopesó la posibilidad de echar a correr y huir de allí; pero si los capitanes  son los últimos en abandonar el barco, cuando ocurre una catástrofe; él, como capitán de su  rebaño,  ¡cómo iba a abandonar a las cabras! Decidió permanecer en el sitio donde se encontraba y enfrentarse a aquel espíritu que se aproximaba, así que empuño con fuerza el palo que llevaba en la mano dispuesto a defenderse de la sombra  que ya se encontraba allí mismo.
   Cuando la tuvo sólo a dos metros de distancia, pudo apreciar, con gran alivio,  que aquel ser informe, cuyas pisadas sobre el suelo no parecían humanas, sino que avanzaba arrastrándose, que tanto le había asustado,  iba tomando forma ante sus ojos, a pesar de la oscuridad.
  Se trataba de una mujer del pueblo, vestida de negro, tal como hacían habitualmente las mujeres mayores de antes, que iba arrastrando una escoba de gran tamaño, de las que se recogen en el campo para hacer lumbre. ¡A qué hora habría salido la señora al campo, para estar ya de regreso a tan temprana hora!
Escoba en primavera
-      ¡Coño, XXX!  ¿Cómo andas tan temprano por aquí?, recriminó el cabrero a la mujer. No sabes el susto que me has dado. A estas horas, y al lado del cementerio, pensé que eras un alma en pena.  ¿Pero no te da miedo andar sola, de noche, por el campo?

-      ¡A mí qué me va a dar miedo!, contestó la mujer.  Mis padres siempre decían que a los muertos no hay que tenerles miedo alguno, esos ya no pueden hacer  nada. Si a alguien hay que temer es a los vivos, y en el campo, a estas horas, no hay ningún vivo. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

LA BUFA

                   
    En nuestro pueblo, como en todo pueblo salmantino que se precie, antiguamente  existían  muchas tradiciones y, aunque aún subsisten algunas,  muchas ya han desaparecido persistiendo, únicamente, en nuestro recuerdo.
   Toda tradición tiene una justificación o  una razón de ser que, casi siempre, es fácil de comprender. Veamos unos ejemplos: En épocas de sequía se hacían rogativas  para que lloviese, y,  para quienes son creyentes, estaban muy justificadas. Si el agua viene del cielo, y Dios es el rey de los cielos ¿a quién rogar si no para que llueva?  Otro ejemplo lo tenemos en La Enramada, una  costumbre  que consistía en colocar ramos de flores en las ventanas y balcones de las chicas la noche de San Juan; en este caso, el fin que pretendía cada mozo, poniendo el ramo, en la ventana de una moza concreta, era para demostrarle que era de su gusto y estaba interesado por ella.  
   Al lado de estas tradiciones, cuya existencia tenía un objetivo más o menos clara, había otras cuya justificación es difícil de explicar y cuyo su origen se remonta, casi siempre,  a la noche de los tiempos. Una de ellas es La Bufa.
    Ésta, se realizaba en determinadas bodas, cuando uno o ambos cónyuges eran viudos: “Llegada la noche, una vez que los novios lograban escapar de los invitados, se retiraban al tálamo nupcial.  Entonces, los invitados, que de antemano sabían en que casa iba a pernoctar el nuevo matrimonio,  se dirigían a la misma provistos de cencerros y plantándose ante ella les dedicaban una sonora cencerrada. En ocasiones, además de tocar los cencerros, hacían una hoguera  delante de la casa, en la que quemaban pelos, cuernos, excrementos de vaca...con el fin de que todo ello desprendiese un olor pestilente”. Éste ritual era conocido como La Bufa.
   El fin que se perseguía con este antiquísimo rito (ruido y un fuerte olor desagradable)  era ahuyentar  al espíritu del cónyuge muerto  para que  dejase en paz a los nuevos cónyuges, durante esa noche, con el fin de que  éstos pudieran consumar felizmente su matrimonio  pues,  por el hecho de haber contraído nuevas nupcias, el espíritu, lógicamente, estaría irritado por “la infidelidad” de su ex pareja viva, e intentaría, por todos los medios, impedir que el matrimonio cumpliera “las tareas de cama”  propias de una noche de bodas ( entonces, hasta que no estaba uno casado, no había forma de  ******).
   Esta costumbre, que en sus inicios, no sabemos cuando, pudo tener un fin serio (en esencia se trata de un auténtico ritual de magia para ahuyentar espíritus), con el tiempo fue perdiendo su significado inicial y  persistió, simplemente, como un divertimento más en el que los novios acaban convertidos en víctimas. Unos novios que, en su afán por evitar la cencerrada, seguramente se esforzaban al máximo en guardar en el más absoluto secreto el sitio donde iban a pasar la noche de bodas, prefiriendo entendérselas ellos solitos con el espíritu del muerto (seguramente estarían tan ocupados aquella noche, que ni se acordaban de este).
   La cencerrada no era "privilegio" exclusivo de viudos, también podían recibirla aquellos novios forasteros que no hubiesen pagado "el vino" a los mozos del pueblo, como mandaba la tradición; aunque, en este caso, el asunto carecía de magia alguna, tratándose, simplemente, de una venganza ante el novio tacaño.
   Aunque la cencerrada a los novios, y la hoguera, constituían el aspecto más esotérico  de la Bufa, el ceremonial era mucho más amplio.
   Las bodas en las que uno o ambos contrayentes era/n viudo/s, casi siempre se realizaban con la máxima discreción y, a menudo, la celebración se limitaba exclusivamente a la ceremonia religiosa que era muy austera  pues a ella asistían, únicamente, los novios y los padrinos.
   La fecha de la celebración se mantenía en el más absoluto secreto, siendo  muy común que el enlace matrimonial tuviera lugar  antes del amanecer, a las cinco o seis de la mañana, para evitar ser vistos por el resto del paisanaje; algunos, incluso iban más allá y decidían casarse en algún pueblo vecino, o en la ciudad, buscando una mayor  intimidad.
   Otros novios, en cambio, no eran partidarios de tanto secretismo, estaban muy contentos por haber encontrado un novio/a  para rehacer una vida en pareja, y festejaban su nuevo matrimonio por todo lo alto, convirtiéndose la jornada de la boda en un auténtico jolgorio.
  En estos casos, era habitual que al salir los novios de la iglesia, una vez casados, encontraran a la puerta de ésta un carro engalanado que era empujado por los propios invitados, en el que debían subir y con el que eran conducidos a lo largo del día, a todos los lados (actualmente, para estos menesteres, algunos novios alquilan lujosas   limusinas. Quién sabe si la idea la tomarían de estos sencillos carros de trabajo que, en tiempos pretéritos, se empleaban en las bodas de viudos).  
  El hecho de ser llevados a todos los sitios en un carro engalanado tirado por los propios invitados, en un primer momento podríamos considerarlo un auténtico honor y una muestra de afecto hacia los novios; pero,  según iba discurriendo  el día, tras el convite, la comida, el baile, el vino y los licores… el asunto de los novios llevados en el carro, tirado por los invitados, iba degenerando y esto acababa la mayoría de las veces convirtiéndose en un auténtico pitorreo (en una bufa), no siendo raro que el carro, con los novios encima, acabara dentro de alguna charca cercana (Sabiendo esto,  es fácil entender por qué la mayoría de los viudos prefería casarse a escondidas para evitar estas “celebraciones”).
   Actualmente,  la Bufa no se hace. Si es penoso que  en los pueblos muchas tradiciones hayan desaparecido; ésta, personalmente, creo que no hemos de añorarla. Cada uno es muy libre de emparejarse con quien le plazca sin que una algarabía de cencerros proclame a los cuatro vientos que eres viudo.
   Eso sí, si a pesar de todo alguien desea recibir una cencerrada en su boda, y ser paseado en un carro, que lo diga y verá cumplidos sus deseos. Todo sea por la tradición


                                             

sábado, 1 de octubre de 2016

La Fiera Corrupia

    El tío Camuñas, el Hombre del Saco, el Sacamantecas, el Coco, el Hombre de la Boina Negra,  el Ojáncano,  el Lobo  y otros cuantos más, constituyen una serie de personajes , unas veces reales y otras fantásticos, que formaban parte del universo personal de los niños, en la primera mitad del siglo XX, y de muchas generaciones anteriores.
    Son seres “asustaniños” con los que, a menudo,  los adultos  nos atemorizaban en nuestra infancia  para evitar que corriésemos riesgos innecesarios, pues había una serie de normas establecidas: no andar de noche por la calle, no ir solos al campo, no alejarse mucho del pueblo,  no acercarse a desconocidos, no irse tarde a la cama, no asomarse a los pozos… que debíamos seguir  escrupulosamente. Si algún niño incumplía alguna de ellas, podía ser  víctima de cualquiera de estos seres que, por lo visto, debían tener un apetito descomunal a todas horas, ya que siempre estaban dispuestos a llevarnos con ellos para “hacernos cachitos” y comernos crudos.
   Además, debíamos ser muy obedientes ya que nuestros progenitores tenían línea directa con ellos y, si no obedecíamos, presumían de poder llamarles cuando se les antojaba, para chivarles nuestras travesuras.
   Uno de estos seres fantásticos es la Fiera Corrupia. Se trata de un misterioso animal que vive en nuestros campos, y que se presenta cuando menos lo esperas;  siendo su bocado preferido aquellos niños que se alejan del pueblo, sobre todo, si van solos.
   Yo ya tenía noticias de su existencia (¡eres más malo que la Fiera Corrupia!, era una expresión que, a veces, decían las madres a sus hijos, con ocasión de  alguna trastada).
   Cuando se habla de mitos y leyendas, las descripciones que se hacen de sus protagonistas, al tratarse de seres fantásticos,  son siempre muy imprecisas. El mejor informante que tuve de la Fiera Corrupia, pues la describió con todo detalle,  fue un pastor de Cerezal que cuidaba sus  ovejas en las
Teso de Peñahorcada
estribaciones del Teso de Peña Horcada.
   Una tarde de primavera, un grupo de amigos habíamos llegado hasta allí  y, al enterarse el hombre que éramos de Barrueco, al vernos tan lejos de nuestro lugar de origen, consideró que debía asustarnos un poco para que no volviésemos a alejarnos tanto del pueblo.
 -  ¡Muchachos! ¡Volveos pronto a para vuestra casa!, dijo el pastor. ¡Como se os haga tarde  puede aparecer la Fiera y lo vais a pasar muy mal!
   - ¿Y eso, qué es? Preguntamos con curiosidad.
  Aunque cada cual la describe con pequeñas variaciones, respecto a otros informantes,  casi todos coinciden en lo principal. Se trata de un híbrido de varios animales: la boca es parecida a la de un lobo pero bastante más grande y con dos filas de dientes arriba y abajo; los colmillos son enormes, siendo los incisivos cortantes como navajas; además,  poseen unos cuernos largos y algo retorcidos;  el pelo tiene un color entre negro y marrón; sus patas terminan en unas fuertes pezuñas, el rabo se divide, en su extremidad, en tres rabos más pequeños, y golpea , a veces, con él, a sus víctimas.
   De tamaño intermedio entre una cabra y una vaca, tiene una agilidad increíble, saltando las paredes con extrema facilidad  A veces, antes de verla, su presencia es delatada por el fuerte olor que emana, que recuerda al azufre quemado.
   Aunque su aspecto, ya de por sí, es terrorífico;  lo que más asusta son los rugidos que emite, audibles a gran distancia. A veces, cuando hace mucho viento, oímos sonidos extraños que recuerdan los rugidos de un animal;  aunque la gente cree que es el viento, en realidad pertenecen a esta fiera que vive en nuestros campos y que brama cuando está hambrienta.  
  El pastor la describió en términos parecidos a los ya descritos recomendándonos,  encarecidamente, que si teníamos la desgracia de que se nos apareciera la fiera, no la mirásemos directamente  a los ojos pues podíamos quedar hipnotizados e incapaces de movernos. 
  El dueño de las ovejas afirmaba haber visto a la Fiera Corrupia sólo en una ocasión;  precisamente,  entre los términos de Barrueco y Cerezal. La fiera estaba de espaldas, el viento iba en sentido contrario y, gracias a esta circunstancia, no lo olió, pudiendo alejarse de allí indemne.
   Lo último que deseaba en el mundo era volver a  encontrarse con esa criatura tan terrorífica.
   Nos aconsejó que anduviésemos con cuidado por los campos y que, como estábamos lejos de nuestro pueblo, más nos valía volver a él lo antes posible pues si se nos echaba la noche encima, y aparecía la Fiera, no tendríamos posibilidad alguna de sobrevivir a su ataque.
   Para dar mayor credibilidad a su relato, afirmó que conocía algún caso de niños que habían salido al campo, se habían alejado mucho de sus pueblos, y nunca más volvió a saberse nada de ellos.

   Aquel día, cuando se puso el sol, nosotros ya llevábamos un buen rato en nuestro pueblo. Éramos ya adolescentes y en ningún momento llegamos a pensar que ese ser fuera real. Alguien dijo que: “De noche, hasta los ateos casi creen en Dios. Nosotros tampoco creíamos en la existencia de la Fiera Corrupia; pero por si acaso  

miércoles, 21 de septiembre de 2016

De higos y brevas


   Los árboles frutales dan una cosecha anual, excepto la higuera que proporciona frutos dos veces al año,  brevas en junio e higos en septiembre (las fechas pueden variar algo, dependiendo de cada zona).  
   Este hecho tan singular, que pasa con la higuera, no ocurre por casualidad, es debido a la voluntad divina; aunque el auténtico culpable, de que esto sea así, fue de San Pedro.
  Cuentan que a este apóstol le gustaba mucho el vino y, aunque solía beberlo  con moderación, en cierta ocasión, tras una larga caminata, se encontraba cansado y con mucha sed. Vio una higuera al lado del camino,  se sentó a descansar  a la sombra del árbol, sacó la bota de vino (1),  bebió más de lo que aconseja la prudencia, y se puso muy contento.
Higuera con higos

   Tan alegre estaba, que  comenzó a cantar una canción popular (2)    
  Jesús, que estaba por allí, cuando oyó cantar a su discípulo, se acercó 
   - Te veo muy alegre, Pedro ¿por qué estás tan contento?
   San Pedro, al ver que Jesús le había pillado en aquel estado de euforia, quedó muy cortado, no sabía cómo salir del paso, y respondió así:
   - Es que he comido unos frutos exquisitos, me han sentado muy bien, y por eso estoy tan alegre.
-  ¿Qué frutos son esos que te ponen tan contento?, siguió preguntando Jesús.
    El apóstol consideró  que si respondía que era vino lo que había bebido, a Jesucristo quizá esto no le gustase y suprimiría la vid; por ello, pensó en un fruto que a él, particularmente, le gustaba poco y contestó:
-  Son los higos quienes  me ponen tan contento, Maestro.
  Al oír esto, Jesús dijo:
-  ¡Bendito sea ese fruto que te pone tan alegre! De  ahora en adelante, la higuera dará higos dos veces al año.         
     San Pedro, cuando vio lo que había pasado, se enfadó mucho y se tiró de los pelos. Con lo bueno que estaba el vino, si no hubiera mentido a Jesucristo, sería la vid, y no la higuera, quien nos estuviese proporcionado dos cosechas al año. Se tiró con tanta rabia del cabello, que se lo arrancó todo -cuentan que por eso era calvo-.          

Nota aclaratoria:  En realidad existen diversas variedades de higuera  y las comunes proporcionan sólo  una cosecha al año, como el resto de los árboles frutales. Es una determinada variedad, la Breval, la que da frutos en dos épocas del año: brevas, en junio-julio, e higos en septiembre-octubre (Nuestros mayores decían: “Las brevas por San Juán y los higos por San Miguel”), esto ocurre porque aquellos higos que no llegan a madurar en otoño, quedan como aletargados en las ramas del árbol durante el invierno, madurando en la siguiente primavera, en forma de brevas.  


  Evidentemente, fue una higuera breval la que daba sombra, a San Pedro,  aquel día



(1), (2)  He estado intentando averiguar si ya había botas de vino en aquellos tiempos, cuando Jesús andaba por el mundo, así como la letra de la canción que cantó San Pedro aquel día; pero,tras haber leído todos los libros del Viejo y Nuevo  Testamento, tanto del Canon Bíblico como apócrifos, la verdad es que no he podido resolver dichas dudas

domingo, 11 de septiembre de 2016

Las otras virtudes del dinero
       

  Decía Voltaire que, en cuestiones de dinero, todos somos de la misma religión, y no le faltaba razón. El dinero, queramos o no, es necesario para todo, en todos los sitios, actividades y circunstancias. Aunque se dice que el dinero no da la felicidad, la verdad es que los que mantienen una buena cuenta bancaria tienen más posibilidades de ser felices, que aquellos que no la tienen…para qué nos vamos a engañar  (si alguien no está de acuerdo con esto, y es más feliz sin dinero, que me dé el suyo, decía un listo).
   Además del valor mercantil, el dinero tiene otras virtudes. Siempre se ha dicho que un hombre feo,  si es pobre, es un feo sin más; en cambio, si es rico, ya no es tan feo  a los ojos de los demás. Luego, una de las virtudes del dinero es que puede mejorar  el aspecto de las personas (y no me refiero, precisamente, a intervenciones de cirugía estética).  Esto lo aprendí hace mucho tiempo y no fue en el colegio, ni en la universidad.  La lección la recibí en la calle, en un pueblo de nuestra comarca. 
   Hasta hace unos cuarenta años, prácticamente,  el 100 % de los matrimonios eran religiosos, apenas había matrimonios civiles, y las bodas se celebraban en la iglesia, como Dios manda.
   En los casorios,  como era costumbre en los pueblos,  el ritual comenzaba cuando el novio, con la madrina y sus invitados, se acercaban  a la casa de la novia donde recogían a ésta y al padrino;  partiendo, desde allí, el cortejo nupcial al completo: novios, padrinos e  invitados de ambas partes hacia la iglesia para celebrar el enlace matrimonial, propiamente dicho. 
  Un día,  se casaba una novia joven y guapa, con un novio bastante mayor que ella que, además, era poco agraciado. Ella tendría veinticinco años, y él rondaba los treinta y cinco  (antes, la gente se casaba mucho antes que ahora de modo que, cuando llegabas a los treinta , generalmente, ya tenías uno o dos hijos; en cambio, si llegabas a esa edad, y aún no estabas casado/a, eras considerado un solterón / a.  Actualmente, a los 30, casi todos afirman ser aún demasiado jóvenes para dar ese paso).
   La novia  era nativa del lugar y, en cambio, él  era de otro pueblo. Imagino que, como forastero que era, para cumplir la tradición, en su día habría pagado  la cuartilla de vino correspondiente, a los mozos del pueblo -un antiguo rito tribal- , requisito “imprescindible”, en aquellos tiempos, para poder ennoviarse con una moza de otro lugar.
   Las bodas, en los lugares pequeños, eran (y son)  todo un acontecimiento  que rompe  la rutina diaria, en la que se implica todo el mundo, unos como asistentes a la celebración y los demás como espectadores.
   En todo el pueblo se oía el estruendo de los cohetes que, desde primeras horas de la mañana, había empezado a tirar la familia de los novios, ya que se trataba de una boda de postín, y las comadres, con gran curiosidad, desde hacía mucho rato, se habían echado a la calle para ver pasar la comitiva, que ya se acercaba.
   Primero iba el tamborilero,  tocando un alegre pasacalles, después la novia con el padrino; a continuación el novio con la madrina,  y detrás los invitados, muy numerosos en esta ocasión; todos  muy elegantes, como correspondía al acontecimiento. 
  - ¡Que guapa va la novia!, dijo una de las espectadoras, a la de al lado.
  -  Si, contestó esta. Vale mucho más que él. Es más joven, y mucho más guapa. Todavía no sé cómo se habrá fijado en ese hombre.  La verdad es que sólo lo he visto una vez y me pareció  bastante feo. Además, es mucho más viejo que ella.
  - Sí, contestó la primera, pero tiene mucho dinero. ¿No lo sabías?  Me lo ha dicho mi prima, la Teodosia,  que está casada en el pueblo del novio.  Tiene un “capitalazo”, ha heredado de sus padres y también de dos tías solteronas. Tiene un montón de “praos” (aún no había llegado la concentración parcelaria por estos lares), tierras de “pan llevar”, varias huertas,  mucho ganado, una buena casa, y, por si fuera poco,  también es dueño de un comercio que le va muy bien.
  En aquel preciso momento pasaba ante ellas el novio, del brazo de la madrina, y entonces la “evaluadora de novios feos” comentó a la otra:
 - ¿Sabes una cosa? Ahora que lo veo bien, no me parece tan feo a como le recordaba. 


miércoles, 31 de agosto de 2016

Las Madrinas (Fiesta del Ofertorio)


  La Fiesta  del Ofertorio  es una celebración, ligada al mundo rural, que tiene como  objetivo  realizar ofrendas a la Virgen en agradecimiento por las  cosechas recogidas. En nuestra comarca, esta festividad es conocida  como Fiesta de las Madrinas, y, aunque se trata de una festividad religiosa, su origen hay que buscarlo en la antigüedad, en épocas muy anteriores al  cristianismo.
 
  Desde el comienzo de los tiempos, el hombre siempre ha encomendado su vida a los dioses  haciéndoles  peticiones de todo tipo.  Actualmente, las personas se dirigen a Dios solicitando  dádivas de todas las categorías: salud, un buen novio/a,  una buen/a  suegro/a  -esto, también es  importante -, un buen trabajo, que toque la lotería…pero las peticiones que nuestros antepasados más remotos hacían a sus dioses  eran más simples, todas ellas iban ligadas a la  supervivencia.  En principio, se dirigían a ellos cuando salían de caza  pidiéndoles que ésta les fuera favorable; pasando,  posteriormente, a partir del neolítico, a demandarles también abundantes cosechas.

   En el mundo capitalista, todo es a cambio de algo. Este principio, que nos parece tan actual, ya era conocido por nuestros ancestros  ya que,  para que los dioses  estuviesen satisfechos y se mostrasen  favorables a sus  peticiones,  les hacían ofrendas;   generalmente,  productos de la cosecha. Éste es el motivo de que los ofertorios siempre se hagan tras la recolección, con el doble objetivo de agradecer la cosecha recogida y, a la vez, pedir que la siguiente sea abundante.  
  
   En los inicios del cristianismo, los primeros patriarcas cristianos pusieron gran empeño en suprimir todas las costumbres paganas; pero algunas  tenían  gran  arraigo   entre la gente y, al ser incapaces de eliminarlas, optaron por  cristianizarlas. En el caso de  la  Fiesta del Ofertorio, la reconversión consistió en  que las ofrendas, que hasta entonces iban dirigidas  a los dioses paganos, continuaron haciéndose, cambiando, únicamente,  la divinidad a quien iban dirigidas.   

   La Fiesta del Ofertorio se celebra en muchos lugares de la  provincia de Salamanca, son famosos los ofertorios de los pueblos de la Sierra de Francia como La Alberca, Mogarraz, Miranda del Castañar…; mas  la  Fiesta de las Madrinas,  aunque conserva  muchos elementos comunes con los ofertorios de esos pueblos,  tiene una serie de particularidades que le dan personalidad  propia, haciéndola diferente.

   El ámbito geográfico donde se celebran ”Las Madrinas” se localiza,  fundamentalmente , en la zona noroeste de la provincia, la que corresponde con los pueblos pertenecientes al partido judicial de Vitigudino: Abadengo, Ramajería, Arribes...;  pero  si  pretendiéramos  establecer  unos límites  precisos del área  donde  se desarrolla esta fiesta no lo tendríamos fácil. Hay algunos pueblos, tanto salmantinos, como zamoranos, no pertenecientes a estas comarcas,   que también celebran -quizá sea más correcto decir, celebraban- este festejo.   

  No existe una fecha  determinada para esta festividad; de hecho,  en  cada pueblo conmemoran  la fiesta en días diferentes.  Lo que  sí permanecen invariables son dos hechos: la época del año en la que tiene lugar el festejo: siempre  al final del verano, tras la recolección; y la divinidad a quien está dedicada la fiesta: una virgen.
  Las vírgenes  “más madrineras”  son la del 8 de septiembre (Natividad de la Virgen), y la Virgen del Rosario (7 de octubre)

  Hasta la segunda mitad del siglo pasado,  la Fiesta de las Madrinas  se celebraba, prácticamente, en la totalidad de los pueblos de nuestra comarca, y, aunque   el ritual discurría de forma similar en todos ellos, existían pequeñas variaciones dependiendo de cada lugar.  
  En Barrueco, esta fiesta  tenía lugar  el día de la Natividad de Virgen -8 de septiembre-  y se desarrollaba de esta forma: Todos los años, varias jóvenes  se ofrecían para ser madrinas en un número que variaba  según las ocasiones. Unas veces había más, y otras menos (llegó a darse el caso, algún  año, en el que hubo una sola madrina)
  Cada una de ellas  era acompañada por una cuartillera;  generalmente,  una hermana  (en otros lugares podían ser cuartilleros). Las madrinas, habitualmente, eran chicas solteras; aunque, en  algunos pueblos, volvían a serlo más adelante, una vez casadas.
  Cada madrina ofrecía una rosca y la cuartillera, llamada así porque portaba en la cabeza una cuartilla de las que se usaban para medir cereales, ofrecía productos de la cosecha que llevaba en el recipiente;  generalmente,  trigo o productos de la huerta: fruta, pimientos, tomates, sandías… (En los pueblos donde el acompañante era un cuartillero, éste no llevaba la cuartilla en la cabeza, como hacían las mujeres, sino en el hombro. El llevar objetos en la cabeza, como cántaros de agua, barreños con ropa, o estas cuartillas, era una especialidad femenina).
Cuartilla
   Las roscas podían ser de dos tipos: Bollos Maimones, que era los más comunes en nuestro pueblo, o  Roscas de Piñonate (éste tipo de rosca es más frecuente en los vecinos pueblos de la Ribera, donde es abundante la almendra).
 
   El día de la fiesta, por la tarde, el tamborilero tocaba un  pasacalles  para anunciar el festejo, y se dirigía  a las casas de las madrinas para recogerlas. Desde allí, éstas, acompañadas por sus  cuartilleras, familia e  invitados, se dirigían a la iglesia donde tenía lugar un oficio religioso, generalmente,  un rosario. Una vez finalizado  éste,  había una procesión con la imagen de la Virgen hasta la plaza donde era colocada  en una peana, los asistentes se colocaban formando un  corro, con la Virgen en un lugar preferencial, y entonces daba comienzo el ofertorio propiamente dicho.
   Las madrinas y cuartilleras, acompañadas por sus familias, iban acercándose, sucesivamente,  a la imagen de la Virgen y le ofrecían las roscas y los productos de las cuartillas; haciéndolo,  a continuación,  el resto de la gente que iba dejando dinero en una bandeja que, previamente, había sido  colocada delante de la imagen. Todo ello ocurría al son de la música del tamborilero, que no dejaba de  tocar durante todo el acto.
  Una vez acabado el ofertorio,  madrinas y cuartilleras se colocaban junto al cura, al lado de la Virgen, comenzando entonces  la subasta de las roscas.  Para ello, algún familiar o amigo de cada madrina cogía la rosca correspondiente  y  se paseaba con ella, dentro del corro de gente, subastándola.  
   Cada rosca era adjudicada a quien más alto pujara por ella, ocurriendo lo mismo con los productos de las cuartillas, que también eran subastados. Una vez finalizada la subasta,  el dinero recaudado era  entregado  a las madrinas y cuartilleras depositándolo, éstas, en la bandeja  de la Virgen.  
   Las roscas, casi siempre eran   adquiridas por familiares o amigos de las madrinas; dando lugar, la subasta, a muchas historias,  unas veces agradables y graciosas, y otras no tan agradables.
   El valor   que alcanzaba cada una de las roscas era bastante uniforme, sin que hubiese grandes diferencias entre ellas, pues la familia de cada madrina no consentía que “su rosca” tuviera menos valor que las demás y siempre había alguien próximo, pariente o amigo, que llegado el caso, si era necesario, adquiría la rosca; aunque a veces ocurrían piques entre la gente elevándose el precio más de lo habitual.
   En ocasiones, había novios por medio  y  competían la familia del novio, o el propio  novio, y la de la madrina,  para hacerse con la rosca; ello ocasionó  más de un disgusto  pues los noviazgos no siempre eran bien aceptados por los padres del chico/a.  
 
   Otras veces, alguno pujaba  “por deporte”, entrometiéndose en la subasta  sin intención de comprar la rosca; simplemente,  para que los demás subieran  el precio. Si tenía mala suerte y nadie superaba la cantidad que él había ofrecido, tenía que quedarse con ella a su pesar -en cierta ocasión, tras el ofertorio, alguna rosca fue revendida, a escondidas,  porque el adjudicatario de la misma no estaba sobrado de dinero, y prefirió  revenderla “a la baja”, perdiendo  la  diferencia, para no tener que afrontar el valor total de de la misma-.



  Al acabar la subasta,  el ritual terminaba con el baile de “El Cordón”. Este baile, que consiste en
Baile de El Cordón (1980)
entrelazar ocho cintas de distintos colores, alrededor de un palo, es ejecutado por ocho chicas. 
   Coged cintas compañeras / para empezar a tejer / con la ayuda de la Virgen /todas lo haremos muy bien.
   Con esta estrofa empieza  “El Cordón”, que era bailado  por madrinas y cuartilleras.  Cuando entre todas no sumaban ocho,  había que invitar a alguna otra chica para completar el grupo y poder realizar el baile.
  Al finalizar  la ceremonia pública -vamos a llamarla así-,  cada madrina hacía un convite en su casa, para los familiares  e invitados. 
     
   Esta festividad, hasta mediados del siglo XX, se mantuvo viva en casi todos los pueblos de la comarca  y todos los años  no faltaban chicas dispuestas a ser madrinas, para ofrecer sus roscas a la Virgen; en cambio, a partir de esa época,  la fiesta siguió una suerte dispar en cada lugar. 
 
   1.- Algunos pueblos la han mantenido hasta la actualidad, con toda su esencia, respetando la fecha original (en realidad realizan el festejo un fin de semana próximo al día de la Virgen correspondiente). Así ocurre en Saucelle, Cabeza del Caballo, Valderrodrigo, Valsalabroso, Guadramiro, Sardón de los Frailes, Cipérez, El Manzano ... que la celebran alrededor del 7 de octubre - Virgen del Rosario - . En Bogajo,  después de muchos años sin hacerlo, volvieron a recuperar la fiesta en 2017 
 
   2.- En otros lugares  siguen manteniendo la fiesta,  pero  han cambiado la fecha para favorecer que los paisanos  que residen fuera del pueblo, y vuelven  a éste de vacaciones, puedan disfrutar del festejo.
   En algunos pueblos como Mieza, Fuenteliante,  Encinasola de los Comendadores, Villares de Yeltes,  Sanchón de la Ribera…, festejaban “Las Madrinas” en  octubre -  Virgen del Rosario- , y han trasladado la fiesta a septiembre, celebrándola un fin de semana próximo al día 8 -  Natividad de la Virgen-)
   En otros, en cambio, la festividad ha pasado a hacerse, generalmente, a lo largo del mes de agosto, como sucede en  Zarza de Pumareda, Cerralbo, Gema, Fuentes de Masueco,  Bermellar, Sobradillo…

   3.- Existe aún un tercer grupo de pueblos donde la Fiesta de las Madrinas siguió otros derroteros… los peores posibles,  ya que dejaron de celebrarla. Esto ha sucedido en lugares, como El Milano, Saldeana, Villasbuenas y Barruecopardo  (en estas cuatro localidades el  festejo tenía lugar en “la Virgen de septiembre” -el día 8 de este mes-). En El Milano, la última Fiesta de las Madrinas debió celebrarse  en  la  década de 1970; en Saldeana, este hecho ocurrió  unos años más tarde, en la década de 1980; en Villasbuenas, la fiesta sobrevivió aún durante bastantes años más, mientras que en Barrueco su desaparición fue muy anterior.    
   La última Fiesta de las Madrinas que se celebró en Barruecopardo tuvo lugar a finales de la década de 1940.  Ese año, dos madrinas ofrecieron sus roscas a la Virgen: Jacoba Delgado Álvarez  y  María Cruz Sánchez Alegría  -mi madre- acompañándolas, como cuartilleras, sus respectivas hermanas, María y Bernardina.
  
    La desaparición de esta fiesta, en Barrueco, considero que  no fue debida a una causa concreta,  sino que debieron concurrir varias  circunstancias.
   Pudo influir, de forma importante, el hecho de que hubiese una excesiva concentración de festejos, en el calendario, en un corto periodo de tiempo.  Hay que tener en cuenta que la fiesta se celebraba el 8 de septiembre,  a una semana vista de las fiestas  de  El Cristo.  
   A esto hay que sumar  el importante desembolso económico que, para la familia de cada madrina, suponía esta celebración, y   no  todo el mundo estaba en disposición de hacer grandes dispendios económicos. 

  Aún se me ocurre una tercera causa, quizá la más importante, que es la falta de motivación o justificación  para seguir celebrando la fiesta. Dicho de otra forma, no la veían útil (nuestros paisanos debieron entender que el acto de  hacer ofrendas a la Virgen,  para que las cosechas fueran abundantes, no ofrecía garantía alguna de que esto fuera a suceder así).