lunes, 12 de junio de 2017

Curanderos. Entre la ciencia y la magia II

El curandero de Aliste

Aliste, es una comarca situada al noroeste de la provincia de Zamora que tiene muchas cosas en común con la nuestra (quizá sería más acertado decir que tiene unos problemas muy similares a la nuestra). Es fronteriza con Portugal, se trata de una zona muy deprimida y su economía se basa fundamentalmente en la ganadería. Sus pueblos, ya pequeños de por sí,  cada vez lo son más debido a que sufren, desde hace décadas, una progresiva pérdida de población motivada por el éxodo de sus habitantes hacia otras zonas del país en busca de unas  oportunidades laborales que allí no encuentran; todo esto sucede sin que  en el horizonte haya  perspectiva alguna de que este problema pueda ser atajado en un corto plazo de tiempo.
Esta es la triste suerte que ha seguido no sólo Aliste, sino la práctica totalidad de las comarcas del oeste español, rayanas con el vecino país; todas ellas adolecen de los mismos males y ostentan el triste récord de encontrarse entre las zonas más empobrecidas de toda la Unión Europea.
No sé si  están abandonadas de la mano de Dios, como se dice vulgarmente, pero de quien sí lo están, eso sí es seguro, es de la mano de los políticos. Para la gran mayoría de ellos, ni existimos.
  
    Bueno, pues en uno de estos pueblos alistanos vivía, en la segunda mitad del siglo XX, un curandero al que acudía mucha gente buscando alivio para sus males.
Entre los antiguos curanderos, algunos intentaban aliviar determinadas enfermedades concretas: problemas musculares y óseos, de la piel, el mal de ojo, etc;  en cambio, otros trataban  todo tipo de males, tanto del cuerpo, como del espíritu.
Algunos de estos sanadores llegaron a ser muy famosos, trascendiendo su fama no sólo a los pueblos de la comarca o provincia donde ejercían su actividad, también ésta alcanzaba a otras provincias…y eso que la única publicidad con la que contaban era el “boca a boca” de la gente.

Nuestro curandero pertenecía al segundo grupo: trataba enfermedades de todo tipo, era bastante famoso, y tenía un “don”, o habilidad, que le diferenciaba del resto de los curanderos. Él, apenas  necesitaba preguntar a los pacientes cual era el mal que les había empujado a buscar sus servicios ya que les cogía la mano, les tomaba el pulso, y así era capaz de averiguar qué era lo que le pasaba al enfermo y, además,  el lugar del cuerpo donde se  localizaba la dolencia.
Esto era posible porque el curandero, una vez que establecía el contacto con el paciente a través de la mano, sentía en su propio cuerpo una molestia similar y en el mismo órgano, que aquel. Después, ya hablaba con él y le indicaba el tratamiento a seguir.

Evidentemente, esto era algo maravilloso. A veces, cuando se tiene una enfermedad  y  se va al médico;  éste, para poder prescribir o realizar un tratamiento, necesita hacer previamente el oportuno diagnóstico y ello conlleva, frecuentemente, la solicitud de pruebas radiológicas, análisis, etc, que tardan algún tiempo en ser realizadas, ocasionando nuevas consultas, retrasos en el diagnóstico y comienzo del tratamiento, mayores gastos de dinero (y de paciencia), convirtiéndose todo ello en un proceso largo y desesperante, por qué no reconocerlo.
En cambio, a todo aquel que iba a este curandero; éste, le tomaba el pulso e, inmediatamente,  averiguaba lo que le ocurría; proporcionándole, a continuación, el oportuno tratamiento. Todo ello sucedía en un corto espacio de tiempo, en una sola consulta que apenas duraba unos minutos.

Claro que en esta vida nada es perfecto y,  en todo aquello que hacemos o nos proponemos, siempre existe algún inconveniente o dificultad. Es sabido que cuando en cualquier tipo de actividad, sea material o inmaterial, todo parece perfecto a nuestros ojos, y no encontramos inconveniente alguno; esto, casi siempre, es debido  a que no hemos  mirado bien, o a que algo se nos ha pasado por alto. En cambio, si volvemos a mirar la cosa o el asunto, detenidamente, desde al ángulo adecuado, entonces, la mayoría de las veces, logramos encontrar alguna imperfección o dificultad que nos había pasado desapercibida en un primer momento.   
En este caso, el inconveniente que había era bastante evidente y no hacía falta investigar mucho para encontrarlo. Resulta que al curandero, a consecuencia de algún accidente que había sufrido en una pierna, le habían quedado serías secuelas en la misma y cojeaba.

Un día llegó a la casa del curandero un hombre que tenía fuertes dolores en una pierna y conocía la metodología de trabajo del mismo. Confiaba en que la pierna donde al sanador tenía su problema no fuera la misma en la que él tenía el dolor;  pero sus esperanzas desaparecieron nada más verle. No obstante, como ya estaba allí, decidió continuar la consulta.
Cuando el curandero se disponía a tomarle el pulso,  para localizar la enfermedad, el paciente dijo:

-        Antes de nada, quiero hacerle una pregunta. Usted, al tomar el pulso, sabe dónde está el mal  de los que venimos porque lo siente en el mismo sitio en su cuerpo. ¿Es cierto?
-         Es cierto, contestó muy serio el curandero. Yo siento algo semejante a lo que le ocurre, y en el mismo lugar.
-      Y si el mal que yo tengo estuviera en su pierna mala, ¿cómo va a saber, entonces, lo que tengo?
-     Eso es muy sencillo, respondió el curandero, sin inmutarse lo más mínimo ante la impertinencia de la pregunta. Si yo tomo el pulso a alguien y no siento nada, entonces sé que el mal lo tiene en esa pierna.

Esta anécdota se la atribuyen a Simón, un antiguo curandero de San Cristóbal de Aliste (Zamora). No puedo asegurar que este hecho sucediera realmente, pero lo que sí es cierto es que,  usaba su “don” tomando el pulso a los pacientes, para hacer sus diagnósticos; no obstante, esto era sólo una parte más de la consulta pues, como todos los curanderos, tenía una gran capacidad 
Iglesia de San Cristóbal de Aliste. Foto: Adata.es
de observación, a la par de una  enorme habilidad para interrogar a la gente que a  él acudía, para que le contaran sus males y así completar sus diagnósticos.

  Simón, para tratar las enfermedades, empleaba remedios naturales, fórmulas magistrales elaboradas, básicamente, con plantas.
Muchos curanderos elaboraban ellos mismos  los “productos terapéuticos”  que les administraban a los pacientes, procurando mantener en el más absoluto secreto su composición; en cambio, con el curandero de San Cristóbal de Aliste no existía ocultismo alguno ya que, a las personas que trataba, les proporcionaba la fórmula final del producto que recomendaba para el correspondiente tratamiento  (la lista de las sustancias que lo componían, así como la proporción de cada una de ellas); explicándoles,  además, cómo elaborar adecuadamente la mezcla, y la forma de administrar el producto correctamente.

       ¿Que si los tratamientos eran eficaces? Supongo que unas veces lo serían y otras no.
  Yo una vez tuve ocasión de utilizar uno de sus remedios para evitar la caída del pelo. En esta ocasión, al ser el diagnóstico era tan evidente, no fue necesario que utilizara su “don” para llegar al mismo.

   Recomendó una fórmula magistral, que debía ser aplicada en el cuero cabelludo,  en forma de loción. Cuando me hice con ella, la usé tal como dijo el curandero y …