lunes, 5 de febrero de 2018

Quintos, carnavales y otras zarandajas


  Dentro del calendario festivo anual, una de las fiestas de invierno más señaladas es el carnaval; aunque, en nuestra comarca, para hablar de esta fiesta, realmente, hay que  hacerlo en pasado ya que, en la mayoría de los pueblos,  apenas se celebra ya.
   El declive de nuestros carnavales comenzó en la segunda mitad del siglo pasado coincidiendo con el éxodo de la gente del campo a la ciudad; sin embargo, hasta entonces, el carnaval se celebraba en todos los pueblos y la gente participaba activamente en la fiesta siendo los quintos, de cada lugar, los protagonistas  indiscutibles de la misma.

   En España, hasta el año 1996, existió el servicio militar obligatorio, "la Mili" y los quintos eran aquellos chicos varones que cada año se incorporaban a la milicia; un hecho que  coincidía en el tiempo con la llegada a la mayoría de edad.
   Alcanzar la edad adulta siempre ha sido, y es, un acontecimiento muy importante en la vida de las personas;  antes, para los hombres, esto conllevaba una serie de "derechos" que contemplados retrospectivamente pueden invitar a la risa, aunque entonces se les daba gran importancia; por poner algunos ejemplos: ya no  necesitaban permiso de los padres para ir a los bares y volver tarde a casa, podían fumar, tampoco se les mandaba a hacer recados como a los muchachos... claro que otro de los "derechos  adquiridos"  era la obligación de ir a "la Mili".
   En algunas tribus africanas, pasar a formar parte del mundo de los adultos era un hecho que revestía una gran trascendencia para los interesados y para el resto de la comunidad. Para que un muchacho fuera reconocido como adulto, a todos los efectos, no le bastaba con alcanzar la edad reglamentaria;  además,  tenía que realizar unos rituales, básicamente, unas pruebas de habilidad y resistencia. Una vez que las superaba, es cuando obtenía su reconocimiento como guerrero, con los mismos derechos y obligaciones que el resto.
   Estos rituales, que realizaban los jóvenes de las tribus, para ganarse el estatus de adulto, son conocidos como "ritos de paso".
   En España, en el ámbito rural,  cuando los jóvenes llegaban a la mayoría de edad y pasaban a ser quintos, del mismo modo que los jóvenes de las tribus africanas,  a lo largo del año anterior al de su incorporación al servicio militar, intervenían en diversas celebraciones y, en el curso de las mismas, debían realizar una serie de actos y tareas bastante estandarizados que  los  antropólogos no han dudado en catalogar, también, como "ritos de paso".
  Los quintos de cada pueblo, acudían juntos a diversos eventos en los que participaban de forma grupal constituyendo un  equipo o hermandad y,desde ese año, entraban a formar parte de la pequeña intrahistoria de cada lugar pasando a ser conocidos como la quinta del año * * * *

   La presentación de los quintos tenía lugar, habitualmente, durante los últimos días del año anterior; con tal fin, celebraban "la Fiesta de los Quintos",  generalmente, entre Nochebuena y Nochevieja.
   En Barrueco, la fiesta de presentación de los quintos era el 31 de diciembre; ese día lo pasaban juntos ya desde la mañana. Desayunaban, comían y cenaban lejos de la familia, en una casa que alguien les había cedido, o hubieran alquilado al efecto.
  Por la mañana, iban al campo con carros a por leña, con la que harían esa noche una gran hoguera en la plaza del pueblo; además de la leña, en otro carro volvían al pueblo  con un árbol entero, generalmente un chopo o pino, lo más recto y alto posible, al que después, en un corral, le quitaban
casi todas las ramas, dejándole únicamente las superiores a modo de penacho, y la corteza, quedando el tronco totalmente liso, Este árbol estaba destinado a ser plantado,  esa misma tarde, en el medio de la plaza.
   Como el árbol se pingaba en la plaza el último día de diciembre, y no en el mes de mayo como en otros sitios, por razones obvias no podemos decir que era ""un mayo",  así que lo llamaremos el Árbol de la Nochevieja, pues, en Barrueco, ese era el día en el que lo ponían.
   Al anochecer, los quintos iban por todas las casas del pueblo invitando a los vecinos al baile de la noche -ese día el baile lo pagaban ellos- y, cuando acababa el mismo,  completaban la jornada haciendo una buena fogata en la plaza, al lado del árbol que previamente habían plantado, con la leña  acarreada hasta allí por la mañana. 
   La hoguera estaría toda la noche encendida y allí permanecían, al calor de la lumbre, hasta el amanecer; comiendo, bebiendo, cantando e invitando a todo aquel que se acercara por allí. 
  Así es como daban la bienvenida, los quintos, al nuevo año

   Tras esta fiesta de presentación en sociedad, a lo largo del año entrante, los quintos acudían, o participaban en una larga serie de actos y celebraciones, festivas y no festivas, como eran la Talla de los quintos y  el Sorteo, que determinaba el lugar donde iría cada uno ir a hacer la mili; siendo también, ese año, los encargados de "pedir el vino" a los mozos forasteros que pretendieran a alguna chica del lugar. Además de lo anterior, también participaban en varias fiestas siendo, como ya se indicó anteriormente, los principales promotores de los carnavales.

    Los primeros carnavales que recuerdo, en mi pueblo, siendo muy niño, se remontan a comienzos de la década de 1960; entonces, el fenómeno migratorio, de la gente del campo a la ciudad, aún estaba en sus inicios, y , al contrario que ahora, los pueblos aún mantenían casi toda su población, en ellos había mucha  gente joven y es sabido que, donde hay juventud, hay alegría.

  El ritual de los quintos, durante el carnaval, aunque con pequeñas variaciones, era bastante similar en todos los pueblos de la zona. 


San Sebastián

(El veinte de enero, San Sebastián el primero)

   El día de San Sebastián (20 de enero) podríamos considerarlo el preámbulo de los carnavales ya que, en esta fecha,  los quintos se reunían para iniciar los preparativos como buscar una casa que les serviría en el futuro como lugar de reunión. Iba a ser "la casa de los quintos" , su  sede oficial.  Además, ese día, también había baile.
 
    Los quintos iban en grupo y cantaban alboradas por la mañana, canciones durante el día y rondas por la noche. Dos de ellos portaban una garrafa de vino, con el fin de beber a su antojo e invitar a los demás  (como podemos ver, eso de hacer botellón y beber en la calle no es un invento tan moderno como algunos pretenden. Nuestros quintos ya lo hacían hace muchos años; eso sí, no dejaban la calle hecha un asco, llena de vasos ni botellas vacías, como ocurre ahora) 
 
   El cantar alboradas y rondas, e ir en grupo por la calle paseando la garrafa, no se limitaba a este día, lo harían después de forma continuada, durante todos los carnavales y en otras fiestas.


Jueves Merendero

   (Hoy es Jueves Merendero/ me voy de merienda al campo/ llevo pan, vino y chorizo/ en "cuantis " llegue lo zampo)

   La fiesta de carnaval, prácticamente, comenzaba el jueves anterior a los carnavales: Jueves Merendero o Jueves de Comadres.
   Este día, también se reunía el grupo de quintos, hacían sus paseos con la consabida garrafa, se apalabraba el borrego,  por la tarde iban a comer la merienda al campo como el resto de los jóvenes,  y  por la noche había baile.
   Al comenzar el baile, tenía lugar un acontemiento muy importante para ellos pues era el sorteo de mozos y mozas.
  Llegado el momento, en un sombrero se introducían papeles donde iban escritos el nombre de los chicos (quintos),  en otro sombrero, papeles con el nombre de las chicas, y después dos personas iban sacándolos de uno en uno.
   Quien tenía el sombrero de las chicas, sacaba un papel y, en voz alta, decía el nombre allí escrito;  a continuación, quien tenía el sombrero de los quintos sacaba otro papel, pronunciaba en voz alta el nombre del chico, y así quedaba  establecida la primera pareja.
  El proceso continuaba hasta que todos los quintos estuvieran emparejados (en algunos pueblos, el sorteo de mozos y mozas se extendía también al resto de la mocedad, no solo a los quintos).
  Este sorteo despertaba una gran expectación no sólo entre los protagonistas, el resto de la gente también permanecía muy atenta a los resultados -eran unas ocasiones magníficas para el cotilleo- de modo que, al día siguiente, cuando alguien se encontraba con alguno/a de los chicos/as implicados en la rifa, siempre le preguntaba con gran interés que quién había sido el afortunado/a  que le había tocado en suerte.
  La "normativa" exigía que cada uno de los involucrados/as debía aceptar, sin discusión alguna, a la pareja que le hubiese correspondido; no se podía cambiar. Si le  gustaba el chico/a que el azar le había destinado, estupendo, y si no le gustaba, tenía que aceptar el resultado del sorteo con deportividad. Ante los ojos de todo el pueblo, eran "pareja oficial" y debían permanecer juntos durante todos los carnavales.
   Las obligaciones de los componentes de cada pareja, respecto al compañero/a, eran bastante simples, básicamente, consistían en asistir juntos a algunas de las actividades que se hacían en grupo, y en tener preferencia a la hora de bailar  -ellas no debían negarle el baile a su pareja-.
   A veces, los integrantes de la pareja se gustaban, la relación continuaba y llegaban a hacerse novios; en cambio, otras parejas no congeniaban bien y estaban deseando que llegara el miércoles de ceniza, ya que ese día era cuando terminaba el compromiso adquirido.

  Durante los días de carnaval, los quintos apenas pisaban el domicilio familiar. Convivían en la casa que previamente habían ajustado por San Sebastián; esta "casa de los quintos" era su punto de encuentro; allí  hacían vida en común durante las fiestas, juntos y alejados de la familia; en ella comían y dormían, acudiendo al domicilio familiar, muy puntualmente, para asearse y cambiarse de ropa.  


El sábado   
(Cuando llega la víspera)

    El hecho  más destacable que ocurría el sábado era el paseo del borrego. Éste, que previamente había sido adquirido por los quintos, el Jueves Merendero, era adornado por las chicas con lazos en el cuello y los cuernos, cubriendo también, a veces ,el cuerpo con alguna tela de vivos colores. Así
Youtube.com Casillas de Coria
, engalanado, era paseado por los quintos, recorriendo  las calles del pueblo.
   Este borrego, posteriormente, sería sacrificado y alguna de las madres de los quintos lo guisaba para que éstos se lo comieran durante los días de carnaval.


El domingo de carnaval

   Era uno de los días grandes de la fiesta y ya había que disfrazarse; cosa que hacían tanto los jóvenes como los no tan jóvenes. 
   Los disfraces eran de lo más diverso, algunos de ellos muy ingeniosos. Entonces, como  la  economía no era muy boyante (más bien, lo contrario),  éstos solían elaborarse en las casas, a partir de ropa vieja; una labor que comenzaba  pasadas las navidades.  
  A quienes les gustaba mucho la fiesta, a lo largo de los carnavales, a veces, usaban varios disfraces, uno para cada día;  en cambio, otros apenas se molestaban en elaborar disfraz alguno y se ponían lo primero que apañaban.
  El disfraz ideal era aquel que, una vez puesto, conseguía que fuera irreconocible quien lo llevara; aunque había algunas normas de obligado cumplimiento: la cara podía estar pintada, pero no debían usarse máscaras, siempre debía permanecer descubierta; en cuanto a la moral, también había que seguir ciertos cánones, a veces no muy comprensibles; los hombres no podían disfrazarse de mujer (no debían ponerse faldas ni colocarse tetas postizas) y, en cambio, las mujeres  podían disfrazarse de hombre sin problema alguno.
  Respecto a la religión, también había que tener cierta mesura. Uno podía disfrazarse de cura, fraile, monja, monaguillo...  pero no debían reproducirse ceremonias religiosas y tampoco, si llevabas uno de estos disfraces, bailar muy agarrado con alguna chica porque el cura del pueblo se lo tomaba muy mal; podía pensar que estabas ridiculizando al clero en general, o a él en particular, y corrías el riesgo de ser "nombrado" en el sermón del domingo siguiente.
   Además de éstas, había otras "reglas de buena conducta", cuyo solo recuerdo causa risa.

  Los quintos eran los animadores principales del carnaval, pero todo el mundo, especialmente los jóvenes, participaba animadamente en la fiesta y había una gran cantidad de personas que se disfrazaban. 
   A veces, había grupos de carnaval que construían carrozas y las exhibían por las calles;  en éstas no primaba lo bonito, sino lo grotesco; también era común escenificar algunas profesiones o actividades, siempre buscando la comicidad.
   Muchos grupos llevaban instrumentos musicales para hacerse notar: un tamboril, castañuelas, almireces, botellas de anís, sartenes... e iban cantando canciones.

     Que cuando vendrá
     el dia de las Candelas
     Que cuándo vendrá
     el día de Carnaval 
   
     Éste es el estribillo de una conocida canción de carnaval que se oía infinidad de veces a lo largo de estos días.
    
   A lo largo de todos los carnavales, había baile por la tarde y por la noche. Los bailes nocturnos de antes guardaban muy poco parecido con los actuales; si nos ceñimos al horario, antes, la sesión de la noche solía acabar,  más o menos, a la hora en la que comienza en la actualidad, pues la gente se "recogía"  muy pronto en sus casas.

   Los quintos, para distinguirse de los demás mozos, llevaban en los sombreros escarapelas, unos emblemas de tela circulares, que representaban la bandera española, a modo de círculos concéntricos, y, aparte de disfrazarse y divertirse como los demás, tenían como misión añadida dar espectáculo para divertir a la gente.

    Uno de estos divertimentos consistía en "correr los gallos”. La tarde del domingo  de carnaval es cuando solía realizarse esta actividad que servía a los quintos para exhibirse  ante todo el pueblo y demostrár su  habilidad como jinetes.
   El acto consistía en colocar dos carros vacíos, uno frente al otro, a ambos lados de una calle, apoyando la parte posterior en el suelo,  con las pértigas levantadas hacia arriba. Entre ambas se colocaba una soga, y de ella se colgaba un gallo vivo, atado por las patas, con la cabeza hacia abajo.
  Cada uno de los quintos, subido  en un caballo, debía pasar al galope entre los carros y su objetivo
Verpueblos.com (Lagunilla) Salamanca
consistía en matar al pobre gallo, arrancándole la cabeza.  A tal efecto, cada uno de los protagonistas del "gallicidio" debía aportar el gallo correspondiente.   (Quien no tenía caballo se arreglaba con un mulo o un burro., y es que con las caballerías pasaba lo mismo que hoy con los coches: unos van de un BMW  de alta gama, y otros en un renault Clio, por poner un ejemplo),
  Cada vez que uno de estos gallos moría por "traumatismo cráneo encefálico severo",  era descolgado  y sustituido por otro  para que  el siguiente  quinto repitiera la faena: La carrera continuaba de forma ininterrumpida hasta que todos los jinetes hubieran cumplido con el ritual.
   En ocasiones, en vez de arrancarle la cabeza al pobre animal, para que éste "sufriera menos", el quinto correspondiente llevaba un palo en la mano, a modo de espada, y al pasar bajo la soga, donde pendía el gallo, lo mataba de un estacazo.   

  A pesar de no ser un espectáculo para espíritus sensibles, ya que conllevaba mucha violencia, era una costumbre muy arraigada y, a la "carrera de gallos", acudía gran cantidad de público de todas las edades para ver cómo los quintos, desde sus caballos, se cargaban a las pobres aves,  aplaudiendo y jaleando  fuertemente a cada uno de los jinetes, cuando éste acometía a su víctima.

   Antes de la carrera de gallos, los mozos que tenían un año menos, aquellos que iban a ser los quintos del año siguiente, "corrían las cintas".  Esta actividad consistía en  colocar,  de la misma soga donde eran colgados los gallos, unos lazos de colores con un aro o anillo en uno de sus extremos; en este caso, el objetivo consistía en pasar también a caballo, (o mulo, o burro), bajo ellas, con un palo en la mano, para intentar introducirlo por uno de los aros y así llevarse una de las cintas.
   Vendría a ser como una versión light de la carrera de gallos que les servía de entrenamiento para el año siguiente, cuando les tocase correrlos a ellos. .

  "La carrera de los gallos", al ser un deporte bastante salvaje, en algunos sitios los alcaldes la prohibieron, estando sólo estaba permitido correr las cintas. En estos casos, el público asistente era mucho menos numeroso que cuando se corrían los gallos.
   Por lo visto, la gente prefería emociones fuertes a costa de las pobres aves; a su lado, la carrera de las cintas debía parecerles  "un juego de niños".


El lunes de carnaval

   Durante la mañana del lunes, los quintos, acompañados por el tamborilero, recorrían  el pueblo repartiendo rosquillas  que llevaban en unas cestas; invitando también, a la gente, a beber  de la consabida garrafa de vino, su "fiel compañera".
   Tras llamar a la puerta de cada casa, una vez que abría el vecino/a correspondiente, le ofrecían rosquillas y un vaso de vino. Los hombres aceptaban de buen grado el vino; en cambio, las, mujeres, solían rehusar la invitación pues entonces estaba mal visto que éstas bebieran en público (en privado era otra cosa ).
   Al ir con el tamborilero, además invitaban a la gente a bailar la jota (había una jota específica de los quintos); con frecuencia se sumaban varios vecinos a la fiesta  y se  formaban divertidos corros de baile en los barrios.
  A modo de curiosidad, indicar que los quintos se quejaban porque este día, en aquellos domicilios
Quintos del 56. Zarzahistoria.blogspot.com
donde vivían chicas en edad de merecer,  apenas encontraban alguna en casa. Éstas, para no verse obligadas a bailar la jota con ellos, preferían ir a lavar la ropa a "las Bordas" -entonces, como no había agua corriente, tampoco había lavadoras, así que la ropa se lavaba a mano en "las Bordas!, así es como eran conocidos los lavaderos públicos -

   Otra de las prácticas que realizaban los quintos, casi siempre el lunes de carnaval, era representar una corrida de toros de carácter burlesco que era conocida como la Vaca Tora . La vaca era  un armazón de madera, que previamente habían fabricado, cubierto por tela negra, y con cuernos, dando forma a una vaca; en su interior se introducían dos quintos, uno en la cabeza y otro detrás y, de este modo, ya tenían conformado un imponente toro dispuesto a ser toreado;  otros quintos se disfrazaban formando la cuadrilla de toreros: matadores, banderilleros y picadores -éstos últimos iban en un burro también convenientemente disfrazado para ejecutar la suerte de varas-
   Cada vez que la vaca era toreada, ante todo se pretendía la comicidad, allí no había nada serio -seguro que hasta los anti taurinos más furibundos hubieran aplaudido este tipo de faenas- . 
   Iban por las calles, seguidos por la chiquillería, y paraban en algunos sitios para darle unos pases a la Vaca Tora; ésta,  si había alguna moza por allí, mirando la corrida, prefería dirigirse a ella, asustándola, en vez de acudir a la  llamada de los toreros. Otras veces, la vaca se dedicaba a perseguir a los chiquillos;  o entraba en alguna casa, ante el susto de sus moradores.
  Con frecuencia, algún vecino solicitaba, a título particular, que hicieran una faena de lidia y los quintos respondían al requerimiento, siendo recompensados por el aficionado, una vez finalizada la misma.
 
     En algunas ocasiones, los quintos elaboraban un muñeco a tamaño natural, un pelele, con ropa vieja rellena de heno, como los clásicos espantapájaros, y lo llevaban, en sus corribandas, sentado en un carretillo, como si fuera uno más del grupo.
  Si entraban en algún bar, incluso lo metían dentro sentándolo en una silla;  cuando se encontraban en "la casa de los quintos", a veces lo sentaban en el umbral de la misma como si estuviera tomando el fresco.
  Algunos niños, a veces, al ver al muñeco, con su aspecto un tanto grotesco e inmóvil, sentían miedo del mismo y evitaban acercarse a él.
  En alguna ocasión, el lugar del muñeco lo ocupaba un quinto disfrazado con la ropa del mismo y cuando alguien se le acercaba pensando que se trataba del pelele, este se movía agitando las manos y los pies, dando unos sustos tremendos a la persona que confiadamente se le había acercado,  ante las risas de todo los presentes.
  El pelele, casi siempre acababa siendo quemado, al final de los carnavales, tras ser manteado.

   La Danza de palos, y el Cordón, aunque generalmente solían bailarse en otras fiestas; también tenían cabida durante los carnavales; especialmente el paloteo pues, con frecuencia, eran quintos quienes formaban los grupos para bailar la danza.


El martes de carnaval

   Si el lunes era el día reservado, por los quintos, para obsequiar al paisanaje con rosquillas , el martes hacían La Recogida. Ese día, volvían a recorrer el pueblo, también acompañados por el tamborilero, para pedir lo que buenamente quisiera darles la gente; para ello, preparaban un burro (o mulo), con aguaderas o alforjas, y con él,  más unas cestas que llevaban ellos mismos, volvían a pasar por todas las casas donde eran obsequiados con chorizos, salchichones, huevos y a veces dinero -de este último, muy poco-.
   La chacina la guardaban en las aguaderas del burro, y los huevos  eran recogidos en las cestas que portaban ellos. En algunas ocasiones, en vez de ir con un burro, llevaban un varal, y de él iban colgando los chorizos.
   Todo lo recopilado, sería almacenado en la "casa de los quintos", su lugar de reunión, para comerlo entre todos.

   El martes también era conocido como el "día de los casados".  Aunque todo el mundo participaba  en la fiesta a lo largo del carnaval, disfrazándose y acudiendo a diario al baile, este día se decía que era el "baile de los casados" pues estaba dedicado especialmente a ellos, aunque al mismo acudía todo el mundo sin importar el estado civil: casados, como solteros y viudos -divorciados entonces no había-.
   El martes de carnaval, era cuando más gente se "encarnavalaba" ya que muchos matrimonios, que no se habían disfrazado los días anteriores, aprovechaban este día para hacerlo.

   A lo largo de las fiestas, era común que se juntaran en las casas,  a la hora de la merienda, amigos, familiares y  vecinos -generalmente los casados-, para  asar y comer chorizos; aunque esta relación de hermandad con vecinos y amigos no era exclusiva de estas fiestas.


El miercoles de ceniza

    Este día, a media mañana, ""oficialmente", es cuando acababa el carnaval en la plaza con el "entierro de la sardina".
   La forma de celebrar dicho entierro no era constante pues variaba según los años;  en alguna ocasión se celebraba un simulacro de entierro, en una caja metían una sardina y procedían a su entierro, aunque allí no se enteraba nada ya que la mayoría de las veces lo que se hacía era arrojar la caja con su sardina  a una hoguera, quemándolo todo; en cambio, otras veces se asaban sardinas y las ofrecían a quien acudiera al acto. También hubo  años en los que, simplemente, no se celebraba acto alguno, pues los quintos aún tenían otras ocupaciones.
    Aunque para "el resto de los humanos" el miércoles ya había acabado el carnaval y era día de ir a recibir la ceniza en la iglesia,  los quintos aún no daban por finalizada la fiesta ya que, este día, por la tarde, iban juntos a comer la merienda al campo, con sus parejas (las del sorteo del Jueves Merendero).

   Una vez que regresaban  del campo, de comer la merienda, era cuando, realmente, acababa para ellos el carnaval rompiéndose, entonces, el compromiso que cada uno había adquirido con la pareja que le había correspondido en suerte, el día del sorteo.  La noche del Miércoles de Ceniza,  "cada oveja se quedaba sola con su pelleja" 
  (En los pueblos, cuando un hombre y una mujer eran pareja, se decía satíricamente:  "Mira,  una oveja y su borrego";  en cambio, cuando las parejas se dejaban y cada uno se iba para su lado, la expresión era: "Ahora, cada oveja está con su pelleja"


La Cuaresma

  El Miércoles de Ceniza, daba comienzo el Período de Cuaresma: cuarenta días de vigilia,  ayuno y abstinencia.

   La abstinencia, en este caso, consistía en privarse de comer carne durante los cuarenta días que dura la Cuaresma; esto, fue así durante mucho tiempo, hasta que la Iglesia, siempre tan comprensiva con los pecadores, ideó ofrecer a los fieles la opción de poder catar la carne, durante el periodo de cuaresma,  si se avenían a comprar "La Bula", una acreditación que vendían los párrocos  -un justificante de haber pasado por caja- 
   Si una familia compraba la correspondiente bula, sus integrantes podían seguir comiendo carne durante toda la cuaresma, salvo los viernes, tal como sucede actualmente.
   En el caso de que alguna persona tuviera la osadía de comer carne, sin haber pagado " la Bula " -bula y burla se parecen mucho, ¿no os parece?- , estaba cometiendo un grave pecado mortal y sabía que en Infierno le esperaban con la puertas abiertas;  así que, para poder expiar semejante pecado y poder salvarse, tenía que ir a confesarse.
   Con frecuencia, la penitencia impuesta por el confesor -el vendedor de bulas- , aparte de los rezos oportunos, consistía en ¡pagar la Bula, aunque fuera con retraso!  (je je je... estaba uno apañado si pensaba que, sólo confesándose, iba librarse de pagar).
  A partir de 1966, a raíz del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI, decidió  suprimirlas, ante la resistencia de muchos obispos y párrocos que no querían renunciar a esta sustanciosa fuente de ingresos; claro que, para compensarlo, idearon otros métodos alternativos;  pero esto es ya otra historia.
   Volvamos con los quintos. Estos, durante la Cuaresma, aún mantenían "la casa de los quintos"  y las tardes de los domingos,  al no haber baile -otra de las limitaciones que traía esta época de penitencia-, se reunían en ella y, con bula o sin bula, se iban comiendo la sarta de chorizos que la gente les había dado el martes de carnaval.

   Pan, vino, chorizo y jóvenes con ganas de juerga, a veces, no son una buena mezcla;  así que estas reuniones, casi siempre, acababan en gamberrada segura. 
    Los quintos,  todos los años, solían hacer algo significativo, alguna "gesta" que quedara en la memoria colectiva de la gente del pueblo;  a poder ser, más notoria que las de quintadas anteriores... algo de lo que pudieran presumir en el futuro, para que la gente del lugar lo recordara y dijera:  "pues los de la quinta del año * * * *  hicieron tal cosa"

   En muchos pueblos escribían con grandes letras, en el frontón de pelota: " Vivan los quintos del año xxxx ", pero esto no era considerado una trastada, formaba parte del guión;  las travesuras eran otra cosa y podían ser de todo tipo;  algunas eran leves y resultaban simpáticas; en cambio, otras eran más graves y no tenían gracia alguna,   como la de aquel año en el que los quintos, una noche, se entretuvieron en romper casi todas la bombillas del alumbrado público, un hecho que tuvo serias consecuencias.